La Revolución del 9 de Octubre de 1820, de la que hoy se conmemoran 200 años, solo fue posible gracias a una suma de descontentos con la administración de la Corona española, encarnada en políticos y militares que coincidieron de forma excepcional en Guayaquil.

Créditos: El Telégrafo

En la ciudad estaban varados por esa época los militares venezolanos León de Febres Cordero, Miguel de Letamendi y Luis Urdaneta, a la postre próceres de la Independencia, quienes querían seguir el camino de regreso a Venezuela.

Los tres habían sido parte de las tropas fieles al rey español en el batallón Numancia, pero fueron expulsados en el norte de Chile, insubordinados luego de meses impagos.

En su relación de los hechos, el oficial español Ramón Martínez de Campos, acantonado en la ciudad y fiel a la Corona, se muestra sorprendido “por el sumo abatimiento y miseria” como vivían los capitanes.

Tuvieron que vender sus armas y equipos para vivir. “No podían seguir a su destino (Venezuela) por no tener con qué transportarse, pues el señor Gobernador les había negado este auxilio, al paso que a otros del mismo cuerpo les proveyó alimento y lo que pidieron”, según Martínez de Campos.

El historiador guayaquileño Melvin Hoyos, director de Cultura del Municipio de Guayaquil, señala que los soldados americanos del ejército realista estuvieron impagos por casi ocho meses. Mientras que la Corona mantenía los salarios al día de los soldados españoles.

Todo empeoró cuando comenzaron las prohibiciones para exportar la riqueza agrícola, en el caso de Guayaquil el cacao, cuyos exportadores se ven obligados a incurrir en contrabando, relata Hoyos.

El prócer José de Villamil, nacido en la entonces colonia francesa de Nueva Orleans, decide ofrecer un baile en su casa el 1 de octubre de 1820, ante la ocurrencia de la hija de su amigo y colega en el Cabildo de Guayaquil, Pedro Morlás, ratificado como tesorero.

La fiesta le serviría a Isabelita Morlás para conocer a León de Febres Cordero, de quien estaba ‘flechada’. “La historia cuenta que se casaron y tuvieron más de 10 hijos”, indica la cineasta Veiky Valdez, que prepara una película histórica. Para Villamil, era el pretexto para reunirse con los patriotas e iniciar la conspiración, conocida como la Fragua de Vulcano.

En la reunión de patriotas con militares americanos, el capitán Gregorio Escobedo revelaría la situación de los soldados de la tropa realista, impagos por meses. Allí se encuentra la fórmula para que los soldados americanos del ejército español plieguen a favor de la Independencia.

El 3 de octubre de 1820 el Cabildo de Guayaquil ordena la entrega de 25 000 pesos a Escobedo para que pague los salarios de los soldados en la ciudad. Los próceres guayaquileños cubrieron los sueldos militares a fin de ganarlos para su bando. Villamil busca quién lidere el movimiento militar. En el primero que piensa es en José Joaquín de Olmedo, jurista y poeta, responsable de propagar las ideas emancipadoras, quien por ser hombre de letras se excusa de la tarea.

En reunión preparatoria del alzamiento, el 7 de octubre, sin un líder y ante la perspectiva de postergarlo, Febres Cordero se gana con su discurso el derecho de liderar la revuelta.

Los patriotas planifican y se toman seis cuarteles españoles a partir del 8 de octubre desde las 23:00 hasta las 04:00 del 9 de octubre de 1820. El alojamiento del comandante Benito García del Barrio y de oficiales españoles en lo que ahora es la Biblioteca Municipal es sometido a las seis de la mañana, después de tres horas de tiroteo, con saldo de unos 15 muertos de ambos bandos.

En el año del Bicentenario, aún fresco el dolor y la muerte de la pandemia y con la amenaza aún latente del covid-19, la alcaldesa de Guayaquil, Cynthia Viteri, ha hecho el paralelo con una nueva liberación. Una lucha actual en la que son otros los héroes y el enemigo a vencer. “Hace 200 años nos tocó defender la libertad, ahora nos toca defender la vida”.

Fuente: El Comercio – Nota original: LINK