No lanzará telas de araña de verdad, tampoco trepará por las paredes ni luchará contra villanos, pero el pequeño muñeco del hombre araña que viajará en medio de toneladas de ayuda humanitaria para los damnificados del terremoto en la costa del Ecuador, sí que será un superhéroe en medio de tanta tragedia.

Lo será para el, la o los pequeños que lo compartan en Manta, Pedernales, Jama, Bahía de Caráquez, Canoa o cualquier otra de las poblaciones donde el panorama, casi por donde se mire, devuelve al espectador destrucción, dolor, llanto, lágrimas.

Al fondo de un cajón, rodeado de pelotas, motos de juguete y otros artefactos lúdicos, el pequeño muñeco pudo haber llegado al sitio de manos de alguno de las decenas de niños generosos que han querido compartir su alegría con los pequeños afectados por el terremoto de 7,8 grados de magnitud que azotó la costa del país.

Bien podría el hombre araña aquel materializarse y hacer realidad sus poderes porque aunque no faltan, tampoco sobran manos, para ayudar a cargar y clasificar las donaciones que llegan sin parar a un centro de acopio situado en la zona conocida como «La Cruz del papa» en el parque de La Carolina, en el centro-norte de Quito.

Ahí, una inmensa cruz que recuerda cuando Juan Pablo II ofició una misa en el lugar, es testigo ahora no de manos implorando al cielo, sino ágiles, abriendo y cerrando fundas, etiquetando paquetes y otras repartiendo agua para saciar la sed de los voluntarios que no paran de trabajar en medio de un sol canicular.

Hasta allá llega la gente en carro propio, en taxis o bajan de autobuses cargando víveres, agua, cobijas, ropa, colchones o medicinas.

Los autos llegan con las donaciones y voluntarios que esperan su turno en cuatro filas salen ágiles para cargar los productos y llevarlos hasta los lugares de clasificación, donde otros voluntarios verifican la caducidad y el estado del producto.

Con sus 8 meses de embarazo, Diana Cedeño va y viene entre el estacionamiento adonde llegan las donaciones y el lugar de acopio. «No hago cosas tan difíciles, pero trato de ayudar», dijo a Efe al indicar que piensa en los niños heridos por el terremoto.

A sus 25 años, la arquitecta Pamela Ludeña, también espera su turno en la fila para cargar cosas: «ir allá es estorbar», asegura al indicar que no tienen los conocimientos necesarios para ayudar en la zona del desastre, donde manos locales y extranjeras siguen removiendo escombros en busca de sobrevivientes, o de cadáveres.

Ludeña y sus «colegas» en la fila, destacaron la unidad que ha demostrado la población, cohesionada tras el resquebrajamiento de la tierra, y que ha dejado de lado ideologías, religiones, creencias o tendencias políticas para ayudar a los miles de afectados en la zona, donde ha habido más de 300 réplicas del terremoto.

En la fila en la que está Pamela también hay gente que pidió permiso en su trabajo para ayudar: amas de casa, estudiantes que faltaron a sus clases, otros que fueron una vez terminada su jornada y espontáneos que pasaban por el parque y se contagiaron del espíritu de solidaridad que ha desbordado expectativas.

«Ayer faltó espacio para todo los voluntarios que se unieron para el empaque y las donaciones», dijo a Efe César Mantilla, secretario de Inclusión Social del Municipio, que ha enviado ya dos aviones cargados de ayuda, socorristas y bomberos, así como cerca de medio centenar de camiones con vituallas a la zona del desastre.

No ha importado raza, etnia, género, edades, nada, la gente se ha puesto la «camiseta de la solidaridad», comentó Mantilla, al asegurar que hoy los pueblos están unidos como hermanos ante el terremoto del sábado, que ha dejado unos 350 muertos y más de 2.000 heridos.

En el suelo se abren las fundas y un mar de manos solidarias clasifican la ayuda a gran velocidad: «acá», «acá» dicen muchas voces al escuchar: ropa de niño, zapatos, cobijas…en medio de un barullo en el que, extrañamente, todos se entienden.

Alguien grita «cadena humana para cargar el camión» y no hace falta repetición: una hilera empieza a pasar de mano en mano los productos mientras desde un altavoz, una contagiosa canción repite que la «razón y el corazón de Quito», es su gente, gente que no tendrá los poderes del ficticio hombre araña, pero quizá serán por ahora superhéroes anónimos para sus hermanos de la costa.