Luego de pasar días duros en las labores de socorro de víctimas con vida, tras el terremoto del 16 de abril, rescatistas toman contacto con las personas que salvaron y crean un vínculo con ellas.

El Telégrafo

Entre la oscuridad total y emergencias por todo Manta, un grupo de 10 bomberos se centró en el barrio La Dolorosa, específicamente con la familia Vélez Santana. Eran las 02:13 del 17 de abril, un poco más de 7 horas después del terremoto que había tirado abajo decenas de edificios y que tenía a centenares de personas bajo los escombros, esperando, desesperadas, ser rescatadas.

De pronto, una réplica de más de 6 grados en la escala de Richter removió a los mantenses (el epicentro fue Muisne) y causó mucho miedo en toda la población que a esa hora estaba despierta, principalmente por el temor a un tsunami, lo que nunca sucedió. Los bomberos salieron presurosos de la vivienda de la familia Vélez. En cuestión de segundos, el equipo evacuó el lugar. Ni bien la tierra dejó de moverse, ellos reingresaron a la estructura. Su instinto de salvar la vida de las cuatro personas que estaban atrapadas los obligaba a quedarse a pesar del sismo, pero ellos sabían que al precautelar sus vidas podían ayudar a salvar más víctimas. “Lo primero que debemos saber es que para tener un resultado óptimo necesitamos separar las emociones de la parte profesional”, aseguró el suboficial Fabricio Acosta, uno de los integrantes del rescate en La Dolorosa. Este mantense, que es rescatista desde hace 20 años, comentó además que “si te dejas llevar por las emociones colapsas y puedes terminar siendo una víctima más”.

El trabajo de 10 días seguido fue algo que dejó acabado psicológicamente a Acosta. Recibía charlas motivacionales para seguir, pero el escenario del terremoto fue muy impactante para él. “Las imágenes que se vieron fueron muy desagradables; cuerpos en descomposición, fallecidos por aplastamiento. Los bomberos con poca experiencia tuvieron que pasar una situación muy dura con el terremoto, pero ellos reaccionaron muy bien”. Luego de tres procesos de ayuda psicológica, hubo algo que lo recompuso emocionalmente.

Aquello sucedió dos semanas después, cuando ya su labor de rescate había terminado y los 10 bomberos que participaron del rescate viajaron a Guayaquil para reencontrarse con los Vélez. “Ver a las niñas fue como volver a vivir. Esa es nuestra gasolina para estabilizarnos; es indescriptible ver a las personas rescatadas en otra situación, ya estables y con una sonrisa”, acotó Acosta, quien recordó que en el mismo barrio La Dolorosa, 19 años atrás, fue parte del rescate de víctimas tras la caída del avión Million Air en el sector.

El segundo jefe de los Bomberos de Manta, Johnny Cedeño, rescató a una niña de 6 meses en la calle 11 y avenida 35. Cuando visitó a la menor, lloraba de emoción. Para Sebastián Mocarquer, líder del Grupo de Búsqueda y Rescate de los Bomberos de Chile, el trabajo psicológico es lo que determina el éxito total de una misión, ya que el trabajo no termina con el rescate de las víctimas, sino con la estabilidad emocional de los rescatistas. “En el día a día manejamos emergencias y desgraciadamente tenemos que ver personas muertas. Pero para el apoyo tenemos un programa psicológico, donde se prepara al personal antes de la misión. Después se hace un trabajo de recuperación de los rescatistas”. El equipo chileno, que en Ecuador estuvo conformado por 49 personas, tiene una constante preparación, con misiones previas en Haití y Bolivia.

“Por la experiencia sísmica que tenemos en nuestro país, nos llaman a colaborar en diversas partes del mundo. En menos de 6 horas estamos listos para ir a alguna misión en cualquier país”. Mocarquer resaltó que la respuesta de la comunidad manabita fue muy efectiva. “Ellos fueron los responsables del mayor número de rescates, pero eso fue en las primeras horas”. El trabajo complicado recae en los rescatistas profesionales. “Los equipos trabajan en los rescates donde hay mucha complejidad, donde se hacen planes estratégicos que pueden durar horas y hasta días”. Lo principal para que una misión tenga éxito es que “cuando lleguemos, la zona esté controlada, sin civiles. Necesitamos silencio, para ver si hay víctimas que estén abajo haciendo bulla. Las personas colaboran y respetan para que podamos trabajar tranquilos”. Al igual que Acosta, Mocarquer indicó que “rescatar a una persona con vida es muy reconfortante. Pero siempre hay que recordar que debemos separar la parte emocional de la profesional, tenemos que mantener la calma siempre”.

Como parte del trabajo de ayuda emocional para los rescatistas, el Grupo Asesor Internacional de Operaciones de Búsqueda (Insarag), brindó un taller en Montecristi, del que participaron conferencistas de Colombia, Reino Unido, Costa Rica y Chile. José Perdomo, integrante de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Colombia, resaltó la ayuda internacional tras el siniestro. “Previo al terremoto ya estábamos trabajando en un acuerdo binacional sobre búsqueda y rescate, lo que pudimos poner en práctica el 16 de abril. Nos sirvió mucho la experiencia, no solo para rescate, sino también para la ayuda humanitaria. Ayudamos en la parte de la logística de los asentamientos”, manifestó Perdomo.