A pocos kilómetros antes de llegar a la ciudad de Portoviejo, capital de la provincia de Manabí, ya comienzan a observarse las secuelas de lo que fue el terremoto de 7.8 grados que asoló con fuerza a Ecuador hace apenas ocho días y que dejó más de 655 muertos y 48 desaparecidos, además de daños importantes en la infraestructura y pérdidas materiales cuantiosas.

Mientras se avanza por vía terrestre es posible apreciar en varios tramos roturas y desprendimientos de la carretera “culebrera” (curva) que conduce a esta ciudad, que evidencian el azote del desastre natural que obligó a decretar, casi inmediatamente después del sacudón, el estado de excepción a nivel nacional y la emergencia en seis provincias de la región costera.

Una semana después de la catástrofe, los habitantes de esta urbe no logran conciliar el sueño y permanecen en vilo apostadas en las afueras de sus casas, sentados en sillas unos, mientras otros alistan carpas para dormir bajo el techo del cielo por el temor de otra experiencia desagradable como la que vivieron hace pocos días. También están quienes se ubican en las orillas de la carretera y hacen señas con un pañuelo blanco a los vehículos que llegan; piden agua y víveres.

Cerca del centro comercial “Shoping”, la familia de Sergio Vinces, oriunda de esta provincia ecuatoriana, duerme sobre colchones colocados en un portal frente a su casa de techo de zinc que se quebró y ya no resiste otro sismo, aunque señala “según dijeron, hay pocas réplicas”.

“Ya casi no tengo comida, yo soy comerciante y no se puede trabajar, tengo unos platanitos para hacerlos fritos o asaditos. Yo vendía medicina natural, pero el día que se cayeron los ladrillos, mala suerte, fue sobre el cartón de mi mercancía”, dice mientras recuesta su silla a la pared.

A dos metros de él, María Mero habla en voz alta para que se escuche su desespero porque tiene dos niños pequeños y uno mayor, y no ha podido volver a su negocio de venda de ‘CD’ (discos compactos) en el centro histórico de Portoviejo, donde el terremoto hizo desplomar un número importante de edificaciones.

“No tenemos cómo buscar el pan. Lo que se trabajaba daba para medio comer; ustedes saben cómo es cuando hay niños pequeños. Hemos recibido unas ayuditas por ahí de poquita cosa para medio pasar el día, pero la casa está partida y no podemos estar ahí, pero tampoco nos vamos para cuidar las cosas de nosotros”, describió la mujer de 40 años de edad.

Pero tampoco se duerme en el ´ECU 911´ portovejense, sede del sistema integrado de seguridad, cuya estructura se afectó con cuarteaduras del remezón telúrico y donde los funcionarios de varias instituciones del Estado trabajan 24 horas desde hace siete días para coordinar las acciones de protección a la ciudadanía.

En plena jornada laboral, Jorge Largo, jefe de comunicación del ‘ECU 911’ a nivel nacional relató a Andes que desde que ocurrió el terremoto apenas salió un día para descansar el cuerpo, y este domingo todavía a altas horas de la noche alistaba un boletín oficial donde se asegura que no se están removiendo construcciones con maquinarias para salvaguardar alguna vida que pueda quedar entre los escombros.

En el edificio del ‘ECU 911’ no están solos los funcionarios de esta institución, creada por el gobierno ecuatoriano para la atención de emergencias de bomberos, policía y salud pública, también sesionan por estos días aciagos los empleados de Cruz Roja, la Secretaría Nacional de Gestión de Riesgos y del Ministerio de Inclusión Económica y Social.

En los alrededores del ´ECU 911´ pernoctan evacuados que han perdido todas sus pertenencias, y también los rescatistas de varios países que instalaron sus campamentos para acudir a las misiones de urgencia que se les encargan.

Con su rostro todavía sudado, el colombiano Ricardo Bolívar, del Cuerpo de Bomberos Oficiales de Bogotá, relató a esta agencia que su última misión del domingo fue ir a una operación de rescate luego que se recibiera una llamada en la que un ciudadano refirió haber escuchado la voz de una persona presuntamente atrapada en una vivienda.

“En estos momentos acabamos de llegar del centro de la ciudad con estos equipos porque alguien llamó y dijo que logró identificar una voz en una vivienda, pero fuimos y el radar dijo que negativo», indicó, y comentó que llegó a Ecuador al día siguiente del movimiento devastador registrado el 16 de abril pasado y, afortunadamente, pudieron encontrar a un sobreviviente, además de otros cuerpos de fallecidos.

A pocos metros del campamento de los rescatistas colombianos, Santiago Pazmiño, médico ecuatoriano egresado en Medicina Familiar en Cuba, atiende a un niño en una carpa de la Cruz Roja de la provincia Cotopaxi. Señala que llegó el fin de semana a Portoviejo como voluntario ya que tiene unos días libres y optó por alistarse para atender a sus compatriotas.

“Nos vemos en la necesidad de ayudar a nuestro pueblo, y si estamos libres nuestra misión es esa, es ayudar contribuir con lo que hacemos; es la manera más gratificante, es algo que nos nace a nosotros el ayudar a los demás”, afirmó.

Mientras la vida discurre y todos aportan un granito para que vuelva a la normalidad en la medida de lo posible, este lunes el ministro coordinador de Seguridad de Ecuador, César Navas, visitó el antiguo aeropuerto de la capital manabita, donde será levantado un albergue temporal para damnificados por el fenómeno natural en esta urbe, lo que muestra el esfuerzo al más alto nivel gubernamental por garantizar un techo y servicios básicos a estas poblaciones en espera que inicie la reconstrucción de la ciudad.