Con su voz, una guitarra y un piano, Shawn Mendes hizo olvidar a 15 mil seguidores los desaires que les aplicó a su llegada a México. El canadiense ofreció 28 canciones en su segundo concierto en la CDMX.

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La Vanguardia

in resentimientos, Shawn Mendes. Tus fans te perdonaron que las dejaras plantadas con el mariachi, que no les hayas bajado la ventanilla de tu camioneta y que ni una foto en la calle les regalaste. Fans como las mexicanas, uf, difícil que las vuelvas a encontrar.

De memoria corta y de buen corazón. Sería lastimoso que el canadiense no aprecie tanto amor, a tantas niñas eufóricas, sonrojadas, gritonas y con un inglés con una pronunciación que traiciona temporalmente su sangre.

Él tuvo la culpa. “Por favor, no dejen de cantar tan fuerte como lo están haciendo”, dijo. Shawn no necesitó comentarlo dos veces, porque representa los sueños adolescentes que anhelan a su güerito, de sonrisa natural, de facha rebelde y con una guitarra que les cante al oído There’s Nothing Holdin’ me Back.

En realidad se sabían todas las canciones, todo el show lo tenían muy estudiadito; cada movimiento, cada vez que iba del piano a cantar Never Be Alone a recuperar su guitarra. El silencio estaba prohibido en este concierto, no era opción o la experiencia no hubiera sido la misma.

¿Por qué guardarse la emoción que tardó casi un año en llegar, desde que se anunció la tercia de fechas en el Palacio de los Deportes? Se valía llorar y abrazar también en las baladitas a piano, ah, también estuvo permitido atrapar esos besos que Shawn arrojó y sopló a destino general.

Shawn floreció en medio de la horda de adolescentes. Ya se había despojado de su chaleco de chico rudo, tomó asiento en su piano y junto a una rosa blanquinegra para comenzar con el set de cortavenas.