El rotativo «Le Parisien» publica hoy parte de los mensajes que Lubitz envió a uno de sus doctores, en los que aseguraba temer que los problemas de visión que sufría le impidieran mantener su puesto en la compañía germana.
«Sigo pasando noches en las que apenas duermo nada. Mi tiempo de sueño máximo es de dos horas por noche, pero actualmente esta duración la alcanzo pocas veces», escribió el copiloto en un correo electrónico enviado el 10 de marzo pasado a uno de sus psicólogos.
Lubitz comenzó a inquietarse por la pérdida de su empleo cuando en diciembre de 2014 acudió a un médico al sentir problemas de visión.
Poco antes de Navidad, un examen indicó que podía sufrir una enfermedad degenerativa susceptible de dejarle ciego.
Ese problema le obsesionaba, apenas dormía y consultó sin cesar a doctores: médicos generalistas, oftalmólogos y psiquiatras. En total fueron una treintena entre enero y marzo, siete en el mes previo al accidente.
Uno de ellos describió a Lubitz ante los investigadores, según «Le Parisien», como «una persona insegura, que daba la impresión de estar bajo presión». Y agregó que tras la consulta pensó: «No me gustaría que este hombre estuviera a los mandos de un avión».
A principios de marzo los exámenes hospitalarios descartaron un origen orgánico de sus problemas de visión y concluyeron que se trataba de una patología psicológica.
Pero Lubitz, que ya superó en 2009 una depresión, aseguró en el mensaje del 10 de marzo que no quería volver a pasar por un tratamiento psiquiátrico en insistió en que tenía un problema en los ojos y que necesitaba algo para dormir.
El psiquiatra diagnosticó entonces «sospechas de psicosis» en el paciente, una conclusión que confirmó los días siguientes un médico generalista.
Pero las sucesivas bajas laborales que le prescribieron no llegaron nunca a Germanwings y fueron encontradas, desgarradas, en el domicilio del copiloto, que prohibió a los facultativos entrar en contacto con la aerolínea en nombre del secreto médico.
El 16 de marzo, un psiquiatra le recetó un potente somnífero y en su informe aseguró: «no tiene delirios, alucinaciones o tendencias suicidas».
En paralelo, Lubitz había comenzado a buscar en internet modos de suicidarse. El 18 de marzo buscó la cantidad de somníferos que había que consumir para morir y, al día siguiente, introdujo en un buscador la frase «suicidio tren».
El 20 de marzo se informó sobre el sistema de cierre de las cabinas de los aviones, información que, cuatro días más tarde, le serviría para encerrarse cuando se ausentó el comandante del vuelo y estrellarse con 150 personas a bordo en los Alpes franceses.
Ese mismo 20 de marzo, un psiquiatra señalaba en su informe que Lubitz dormía mejor y que en su vida privada todo era normal: «Relaciones con sus padres, Ok. Amigos, Ok. Tiene el trabajo de sus sueños. Quiere a su mujer más que a nada».
La víspera del accidente, el copiloto fue a hacer las compras semanales con su esposa, cenaron en casa y posteriormente vieron la televisión.
Lubitz buscó en internet información sobre problemas de insomnio y sobre el testamento vital en caso de ser mantenido en vida de forma artificial.