El informe final de la investigación de seguridad, divulgado hoy, mantiene que el alemán Andreas Lubitz, que sufría depresión, modificó intencionadamente los ajustes del piloto automático para que el aparato descendiera y no respondió ni a las llamadas de los controladores ni a los golpes en la puerta de la cabina.
En ese documento, la BEA pide, entre otras cosas, que se exija un seguimiento médico a los pilotos con antecedentes psicológicos o psiquiátricos y que se alcance un «mejor equilibrio» entre el mantenimiento del secreto médico y la seguridad pública.
El organismo apuntó que son necesarias reglas más claras para saber cuándo hay que romper el secreto médico, ante la constatación de que varios especialistas privados conocían los trastornos de Lubitz y su profesión y sin embargo no hicieron llegar esa información a las autoridades aeronáuticas o su empresa.
El BEA dijo ser consciente de la reticencia de los pilotos a la hora de declarar sus problemas y buscar ayuda médica por temor a perder su licencia, debido a «la elevada inversión financiera y el atractivo ligado a su profesión».
Por ello, instó a los operadores a implementar medidas para mitigar los riesgos socioeconómicos relacionados con la pérdida de la licencia por razones médicas.
Recomendó además promover la aplicación de grupos de apoyo para los pilotos con el objetivo de que puedan hablar de esos problemas, y definir las modalidades bajo las cuales la normativa de la Unión Europea permitiría que sean declarados en condiciones de volar mientras estén tomando medicamentos antidepresivos.
El BEA no apunta a la presencia obligatoria de dos personas en la cabina de vuelo, aunque cree que «va en el buen sentido», porque no puede garantizar que se eviten los accidentes, especialmente en caso de suicidio.
«Somos conscientes de que se trata de un problema difícil. No podemos pretender que son medidas cien por cien eficaces», concluyó en la conferencia de prensa el director del organismo, Rémi Jouty.