La misa de hoy sirvió también para celebrar ante las cerca 20.000 personas reunidas en la plaza el Jubileo de los devotos de la Espiritualidad de la Divina Misericordia, una festividad que instituyó el papa San Juan Pablo II.
En su homilía, Francisco invitó a los fieles a realizar gestos de misericordia «realizando las obras corporales y espirituales, que son el estilo de vida del cristiano».
«Por medio de estos gestos sencillos y fuertes, a veces hasta invisibles, podemos visitar a los necesitados, llevándoles la ternura y el consuelo de Dios», explicó.
Sobre todo, gestos de consuelo y ternura ante «una humanidad continuamente herida y temerosa, que tiene las cicatrices del dolor y de la incertidumbre».
Francisco constató ante los fieles cómo al igual que entre los discípulos de Jesús puede existir un contraste: «Una lucha interior entre el corazón cerrado y la llamada del amor a abrir las puertas cerradas y a salir de nosotros mismos».
Pero instó a los católicos a salir y «ser apóstoles de misericordia» que significa «tocar y acariciar sus llagas, presentes también hoy en el cuerpo y en el alma de muchos hermanos y hermanas suyos».
«Muchas personas piden ser escuchadas y comprendidas. El Evangelio de la misericordia, para anunciarlo y escribirlo en la vida, busca personas con el corazón paciente y abierto, ‘buenos samaritanos’ que conocen la compasión y el silencio ante el misterio del hermano y de la hermana», agregó.
También les pidió «ser portadores de paz», una paz «que no divide, sino que une», u añadió: «Es la paz que no nos deja solos, sino que nos hace sentir acogidos y amados; es la paz que permanece en el dolor y hace florecer la esperanza».
El pontífice argentino también había participado ayer en ocasión de esta celebración de la «Espiritualidad de la Divina Misericordia» a una vigilia de oración en la Plaza de San Pedro, en la que recordó a san Juan Pablo II, que murió el 2 de abril de hace 11 años.