En una entrevista con Efe durante la segunda Asamblea de Naciones Unidas para el Medioambiente (UNEA-2), Traoré destaca que el mero hecho de que se haya discutido este asunto en un foro como éste «es un gran paso para entender mejor el problema».
La experta de la OIM diferencia entre personas desplazadas por fenómenos naturales y personas que abandonan sus casas por falta de medios para sobrevivir debido al deterioro del medioambiente,sea porque sus tierras se han vuelto estériles,sea porque no tienen acceso a agua para su ganado.
Según datos del Centro de Monitorización de Desplazados Internos (IDMC, en inglés), desde 2008 más de 180 millones de personas se han visto obligados a dejar su vivienda a causa de desastres naturales como terremotos, tsunamis o inundaciones.
En estos casos, la tarea de cuantificar los movimientos de población es relativamente fácil, pero no sucede lo mismo «con fenómenos de aparición lenta como el aumento de temperaturas, la desertificación o la degradación del suelo, que son efectos a largo plazo», señala Traoré.
Otro aspecto que genera bastante controversia y que también se ha tratado durante la UNEA es el papel que juega el cambio climático en la exacerbación de conflictos armados, un tema muy debatido en el caso de Siria.
«El conflicto sirio -comenta- no tuvo su origen en el cambio climático, pero Siria sufrió una sequía de cuatro o cinco años que provocó migraciones masivas del campo a las ciudades» y eso generó desigualdades y aumentó el malestar entre una población que ya daba signos de rebelión.
No es fácil determinar hasta qué punto estas sequías -o las inundaciones, el deterioro de las tierras, etc.- son causa de los ciclos naturales del clima de determinadas regiones o del proceso de cambio climático que experimenta el planeta.
Y mucho menos establecer un vínculo directo entre estos fenómenos y los conflictos armados, aunque sí hay ejemplos que se dan en todo el mundo, como los enfrentamientos entre tribus ganaderas seminómadas y agricultores por la creciente escasez de agua.
Por ello, Traoré considera que hacen falta «más pruebas, datos concretos, estadísticas y también más análisis cualitativos» para que los gobiernos «tomen más en serio» el problema y tengan las herramientas adecuadas para orientar sus políticas de protección.
El camino es largo y está lleno de altibajos, recuerda la experta de la OIM, ya que se trata de una cuestión «sensible».
En octubre de 2015, 110 países acudieron a la reunión organizada por la Iniciativa Nansen, que bajo el auspicio de Noruega y Suiza, intenta «promover diálogos informales entre gobiernos para discutir medidas de protección para refugiados climáticos».
Sin embargo, la mayoría de gobiernos se niega a reconocer un estatus de refugiado climático porque tiene connotaciones políticas y legales, en especial en situaciones de migración masiva como la actual.
«No creo que el concepto de ‘refugiado climático’ vaya a existir nunca, al menos no a corto plazo. Es un tema demasiado sensible políticamente hablando», reconoce Traoré, que apuesta por alternativas menos polémicas como las visas humanitarias que países como Brasil ofrecen a los damnificados por desastres naturales.