Nadie recuerda un episodio similar y difícilmente se borrará de la memoria de sus habitantes. Acercarse a las denominadas ‘Zona Cero’ en las ciudades de Pedernales, Manta, Portoviejo, custodiadas actualmente por agentes policiales, es como echar una mirada a un escenario tétrico, salido de alguna película de terror.
Son sectores en lo que unas vallas de metal restringen el ingreso pues la fragilidad de las estructuras es aún un potencial riesgo. Además, otro objetivo es proteger las pertenencias de los moradores.
La provincia de Manabí después del terremoto es otra, no solo por el cambio urbanístico de las ciudades y pueblos afectados por el más potente sismo de su historia, sino también porque le permitió a sus habitantes sacar lo mejor de ellos, según testimoniaron a Andes.
Las realidades son muy diferentes entre unos y otros pobladores. Están desde quienes perdieron a sus familiares, aquellos que se quedaron «en la calle» pues perdieron sus material, fruto del esfuerzo de años de trabajo; hasta quienes sufrieron afectaciones mínimas, pero un factor no deja de ser diferente: la solidaridad.
En el balneario de San Jacinto, apenas a media hora de la ciudad de Bahía de Caráquez no se encuentran grandes zonas devastadas como ocurrió en Portoviejo, capital Manabita o en Pedernales, donde se registró la mayor cantidad de fallecidos, pero existen afectaciones; varias infraestructuras colapsaron totalmente y otras están tan frágiles que se teme que ante cualquier réplica se vengan abajo.
Cerca del malecón de San Jacinto, Marcos Delgado construyó un hotel y restaurante hace más de 25 años donde cientos de turistas de todos los rincones del país se alojaron para disfrutar de las tranquilas playas de esta zona del país. Detrás construyó su vivienda, pero ahora solo queda un terreno vació. El terremoto devastó el inmueble convirtiendo a su familia en una de las 7.633 damnificadas por el fatal evento natural.
Relató que a su hotel se le reventaron las columnas y varias paredes colapsaron por lo que era necesario derrumbarlo por el riesgo que representaba. Dijo que cuando la maquinaria inició los trabajos se le erizó la piel y se sintió devastado al ver el esfuerzo de tantos años venido abajo en un minuto.
Mirando hacia el terreno que ahora está vació recordó que los tractores trabajaban por derrumbar el inmueble y este parecía como que luchaba por aún mantenerse en pie, por no caer, pero las estructuras estaban muy destruidas por lo que no había más que tirarlo abajo.
Se pregunta cómo acceder a las ayudas que han llegado de distintos lugares, sabe que es necesario continuar y seguir luchando.
“La sangre manaba es una sangre luchadora que viene hasta del viejo luchador Eloy Alfaro. Somos gente de empeño, de agarre; pero necesitamos un apoyo para salir adelante. Sin apoyo, sin un empujoncito, es imposible” afirmó.
Por su parte, su esposa asegura que tras el terremoto y estar prácticamente en la calle, recibieron la ayuda de un ángel.
Karina Bermúdez construyó junto a Marcos no solo una hermosa familia, sino su hotel y restaurante, pero la naturaleza les jugó una mala pasada.
Con lágrimas recordó que luego de estar prácticamente en la calle, durmiendo a la intemperie, recibió la ayuda de una vecina quien le acogió en su hogar para darles «desinteresadamente una pequeña villita» donde se acomodaron.
“Una vecina llamada Cecilia de Mera no vio en esta situación y un día me dijo: niña Kari, yo le voy a ayudar para que tenga un lugar bajo techo para dormir”.
Aseguró que ahora junto a su marido están en la búsqueda de un crédito y así volver a levantar al menos el restaurante. “Ya no podemos cambiar la historia y ahora nos toca volver a empezar”, aseveró.
Hace pocos días, el gobierno de Ecuador anunció que entregará un bono a las personas que acojan en sus viviendas a los damnificados.
Graciela de Mera no conoce aún de estas ayudas, pero asegura que le mueve más la gana de apoyar moral o emocionalmente a sus amigos.
“Este es el momento de estar unidos uno al otro. El dolor ajeno debemos tomarlo como propio”, afirmó esta mujer que se ha convertido en un ángel para una familia, aunque ella no lo sabe, un ángel de carne y hueso, decidida a levantar al caído.
Son historias de amor y esperanza en medio de la devastación que dejó el movimiento telúrico, el peor en 67 años, según afirman las autoridades de Ecuador.
Unas 660 personas perdieron la vida a causa del terremoto, que dejó daños considerables en la infraestructura en las zonas costeras y pérdidas materiales cuantiosas.
El gobierno ha iniciado un plan de reconstrucción que contempla la edificación de viviendas y la entrega de bonos de alquiler y de acogida para aliviar temporalmente la situación que viven unas 7.000 familias.