La localidad, perteneciente al cantón de Muisne, en la provincia de Esmeraldas (noroeste) es una parroquia cuya población subsiste, entre otras cosas, gracias a la pesca del camarón, uno de los primeros productos de exportación del país.
Sus calles, antes bulliciosas por la actividad pesquera y comercial, son hoy un triste escenario flanqueado por edificios derruidos y extensiones de escombros y amasijos de hierro y basura.
Apenas transitan ya por ellas unos pocos vecinos, pues muchos de sus entre 2.000 y 2.500 habitantes se han instalado en los albergues que circundan la población, explicó a Efe el sargento primero Luis Llumipanta, integrante del dispositivo de seguridad desplegado en la localidad tras el siniestro.
Junto a vecinos, amigos y familiares, Rafael Jaramillo y Jimmy Guamán rebuscan entre los cascotes y bajo las vigas cualquier cosa que se pueda recuperar de «Comercial Lata» con el objetivo de, quizás, dar uso a las mercancías en un nuevo negocio.
«Aquí había una vitrina con toda clase de productos, por allá otra con hilos, que se recuperó, por allí hay otra vitrina», dice Jaramillo mientras lame uno los caramelos rescatados, al tiempo que señala tres puntos diferentes de la inerte montaña de ruinas.
Un montón de golosinas y varias cerraduras de las vitrinas, con sus correspondientes juegos de llaves, reposan sobre los restos de un muro a cuyos lados se ve el contenido de varias bolsas de «snacks» y aperitivos.
Jaramillo explica que las excavadoras que desde hace unos días retiran los escombros de la devastada ciudad, en este lugar «están moviendo suave para que uno vaya recuperando cualquier cosa».
Muchos vecinos venían a comprar aquí «porque era bazar, había bastantes novedades y también helados, jugos, colas…», comenta.
En el desmembrado barrio abundaban los puntos de venta de camarones junto a locales de ropa, zapatos, mochilas y otros productos.
Varias de las tiendas de la zona, hoy sepultadas por las ruinas, eran propiedad de su familia, asegura Guamán.
Ahora, el objetivo es «recuperar algo, por lo menos. Se perdió todo» y «estamos tratando de rescatar lo poco que queda para después empezar otra vez», dice, aunque reconoce que aún no saben si esa idea se concretará algún día.
Los vecinos cuentan que poco después del terremoto aparecieron saqueadores que se llevaron lo que pudieron, aunque eso ya no ocurre, porque muchos propietarios se quedan a vigilar sus pertenencias e incluso duermen en la calle, sobre colchones, junto a sus comercios, para evitar que les arrebaten lo que no les quitó el terremoto.
Los ladrones «eran gente de la comunidad», según Jaramillo, «porque en todas partes hay gente mala», lamenta.
Chamanga cuenta ahora en sus calles con una numerosa presencia de policías, unos 350 que, según el sargento primero Llumipanta, velan por el orden y la seguridad de los pobladores.
«La tensión ha bajado un poco, la gente está más tranquila», dice el policía , quien admite que los primeros días, la población «estaba muy tensionada, no sabían qué hacer, tenían miedo».
Las cosas, según él, poco a poco «están volviendo a la normalidad».