«Me gustaría que todo el mundo deje de decir que todos los musulmanes son terroristas. Yo estoy aquí, con vosotros», afirma tajante a Efe Secaima, una joven de origen marroquí y tocada con el velo islámico que prefiere no revelar su apellido.
Como ella, en torno a 7.000 personas, según los cálculos de la Policía citados por varios medios, han decidido pasar uno de los escasos domingos soleados que salpican la primavera belga en la primera gran muestra pública de duelo y rechazo al extremismo tras los atentados.
Un grupo de manifestantes ha partido desde el corazón de Molenbeek, el distrito de amplia presencia musulmana que ha ganado una triste fama por haber sido lugar de paso y residencia de jóvenes radicalizados que participaron en los atentados de Bruselas y París, del pasado 13 de noviembre.
«Un verdadero musulmán jamás osaría hacer daño a otra persona, esto es seguro. Puedo decir que es un delincuente, un vagabundo o un drogadicto, pero no un verdadero musulmán que es practicante. Respetamos todas las religiones», recalca Secaima.
Fatima Ayari, una tunecina que lleva años residiendo en suelo belga, coincide en señalar que los autores de la matanza son «críos, gente que ya ha estado en prisión».
«No tenemos nada que ver con ellos. Nosotros vivimos aquí y no hay diferencia entre españoles, belgas, italianos o marroquíes. Somos todos hermanos y hermanas, queremos la paz», dice, mientras sujeta con firmeza una rosa blanca entre sus manos.
La cifra de asistentes a la marcha no alcanza siquiera la mitad de lo esperado -más de 15.000 personas- que había llevado a las autoridades a extremar las medidas de seguridad y desplazar el fin del cortejo un centenar de metros más allá de la simbólica Bolsa de Bruselas, cuyas escaleras se han convertido en un improvisado altar en recuerdo de los fallecidos.
Uno de los momentos más emotivos se han vivido precisamente cuando una comitiva formada por los líderes de diferentes confesiones ha marchado unida hacia el memorial, protegidos por una cadena humana formada por voluntarios musulmanes, ante los aplausos de los asistentes a la marcha.
La numerosa presencia de belgas de origen magrebí contrasta con la escasa presencia de la comunidad flamenca, minoritaria en Bruselas -también capital de Flandes- pero que representa más de la mitad de los más de once millones de personas que viven en Bélgica.
Mientras varios asistentes a la marcha portan carteles defendiendo el principio de «vivir juntos» -pero, de facto, no revueltos- que ha marcado el desarrollo de la sociedad belga, la peruana Judith Teyo pone el dedo sobre una de las cuestiones más espinosas: el modelo de integración belga.
«Hay una pretendida integración, y estoy de acuerdo siempre y cuando se valore y se respete lo que teníamos mucho antes de haber nacido», reclama Teyo, quien lleva más de un cuarto de siglo viviendo en Bélgica.
«Veo en cada cara, en cada gesto, tristeza, un dolor profundo, queremos salir de eso y queremos vivir en armonía juntos, con nuestra diversidad y pluralidad. Queremos vivir en paz», añade.
Sobre sus palabras se escucha la música de un quinteto interpretando una triste melodía clásica, cuya solemnidad contrasta con el hogareño olor a gofre que desprenden los puestos ambulantes que hacen las delicias de los belgas, allá donde vayan.
Y es que, como reza uno de los carteles más populares entre los asistentes a la marcha contra «el terror y el odio», ahora es el momento de «mantener la calma y amar Bélgica».