La pequeña duerme en el regazo de su madre, Yajaira Altafulla, de 23 años, quien vive con su otra hija y su esposo en el albergue establecido en la escuela 31 de marzo, a las afueras de Pedernales, una de las localidades más golpeadas por el temblor, que dejó solo en esa ciudad 166 muertos y destruyó 2.500 casas a mediados de mes.
«Ahora estamos un poco apretaditos», comenta Yajaira a Efe, y es que la suya y otras siete familias duermen sobre colchones tendidos en el suelo de una de las aulas de la escuela, que acoge a 60 familias (281 personas en total), según explica la coordinadora del albergue, Ana Reina, funcionaria del Ministerio de Inclusión Económica y Social, a cargo del recinto.
Reina y el resto de su equipo, formado por seis personas, se ocupan de recibir a los nuevos damnificados que llegan en busca de techo y de atender el funcionamiento de las instalaciones, que cuentan con vigilancia policial y donde se han instalado duchas separadas para hombres y mujeres.
Uno de los ‘huéspedes’ es Eduardo Andrade, de 35 años, quien también se instaló con su esposa y sus tres hijos en este albergue tras el terremoto, que le dejó en estado de «shock», según comenta.
«Ahora estoy mejor. Estaba un poco traumado», dice a Efe, y recuerda que la aterradora sacudida le sorprendió en la entrada del club social en el que trabajaba, hoy reducido a escombros, como gran parte de la ciudad.
Él y un amigo huyeron a la carrera al notar el temblor y se situaron en el centro de la calle, donde vieron «cómo caían todos los edificios» a su alrededor, mientras observaban que el piso se levantaba con ellos encima y esquivaban muros que caían a su alrededor.
«Solo en películas había visto algo así», comenta con la mirada perdida al recordar aquel interminable minuto del 16 de abril a las 18.58 horas (23.58 GMT), cuando sobrevino la tragedia que hoy enluta a su país.
Andrade dice que en el albergue él y su familia están bien, pues reciben alimentos, agua y medicamentos, si los necesitan, y además tienen un lugar donde dormir, pero quiere tener su propia casa y está dispuesto «a trabajar de lo que sea» para rehacer su vida.
La cancha deportiva de la escuela convertida en albergue es ahora un espacio en el que los niños que viven en este lugar dan rienda suelta a su fantasía y a su creatividad con juegos y manualidades con las que pasan el tiempo, como parte de un programa que lleva a cabo en el recinto la organización Tierra de Hombres.
La pedagoga María Augusta Rodríguez explica a Efe que las actividades que desarrollan los pequeños forman parte de un proyecto psicosocial para niños en situación de vulnerabilidad que, por medio de juegos y manualidades, pueden «expresar sus emociones y, de ese modo, superar el drama».
«Estoy fascinada», comenta la especialista acerca de la manera en que los pequeños vierten su emotividad y disfrutan con los juegos y actividades, y agrega que la finalidad es, también, «que el niño se sienta acogido, respetado» y que goce de un buen ambiente.
Así se deben sentir Mayra Maribel, de 7 años, y Mayte Bravo, de 5, quienes pegan pequeñas bolitas de papel sobre el contorno de sendos dibujos, mientras representan el papel de tía y sobrina en un juego que las mantiene muy divertidas, a juzgar por sus risas y comentarios.
Ellas, como el resto de los niños, están en un proceso que debería conducirlas a sobreponerse al trauma del terremoto. Es el principio de un camino que, según la psicopedagoga, «puede durar meses, tal vez años».