Las paredes del templo de Nuestra Señora del Carmen se han venido abajo y han dejado al descubierto el recinto, con escombros por el suelo y las figuras de Pedro y Pablo hechas pedazos ante el altar.
La imagen del Cristo Redentor, pintada en la pared del fondo, parece observar desde allí la desoladora escena.
Zapata, párroco de Jama, y su compañero Mauro Cuevas se visten para la misa en la plaza, a oscuras, pues en el pueblo solo unos pocos que disponen de generadores tienen luz.
Una treintena de fieles asiste a la ceremonia, quizá en busca de palabras que les hagan entender el porqué de una tragedia que ha dejado el pueblo en ruinas y ha costado la vida a 655 personas en la costa norte del país, según cifras oficiales.
Dulce María es una de las personas presentes en la celebración eucarística y considera que ésta es la ocasión de «agradecerle a Dios por la vida».
Cuando se le menciona toda la destrucción que ha causado el terremoto, contesta que «Él sabe lo que hace».
«Doy gracias porque estoy con vida, por mi familia, por mis hijas», comenta la vecina de Jama instantes antes del inicio de la celebración.
Los dos sacerdotes y las monjas que les asisten se alumbran para la celebración religiosa con una linterna y con el resplandor que emite un teléfono celular, con el que proyectan un pequeño haz de luz sobre la biblia para leer las escrituras.
Después de las lecturas y del breve cántico de uno de los fieles, que se acompaña con una guitarra, el padre Cuevas toma la palabra para dirigirse a los fieles y recuerda que en la ciudad andina de Ambato, desde donde ha llegado a Jama para participar en esta celebración, se produjo en 1949 otro devastador terremoto que, hasta ahora, era considerado la mayor catástrofe de Ecuador.
En medio de la oscuridad, Cuevas llama a los feligreses a vivir en calma y serenidad los momentos que ahora les afligen y les recuerda que «de lo caído hay que construir».
«Necesitamos tener en lo profundo el corazón de Dios», afirma el sacerdote ante un público compuesto por un puñado de vecinos y varios policías que han sido enviados a reforzar la seguridad de la zona.
Tras el terremoto, el párroco de la localidad estuvo celebrando misa en otro lugar, a las afueras de la población, pero ahora ha vuelto a su iglesia y aunque no pueda llevar a cabo la ceremonia dentro, lo hace en el exterior.
«Para mí lo más importante es que la gente se sienta bien, fortalecida, con energía de continuar en su pueblo, que no se vayan, que no dejen el pueblo. Eso es lo más importante y lo material es secundario, eso se reconstruirá, se reparará algún día», dijo a Efe antes de la misa.
Existen varias propuestas para reconstruir el templo, unas de particulares y otras de autoridades, pero por el momento ninguna se ha concretado, comenta el cura, colombiano de Medellín.
El sacerdote está ahora preocupado por salvar dos mosaicos que adornan la única pared de la edificación que sigue en pie.
Se trata, dice, de unas «costosísimas» piezas decorativas de origen vasco que se colocaron en el templo cuando unos sacerdotes españolas iniciaron hace años actividades en él.
Zapata dice que se podría haber marchado a su país tras el temblor, pero descartó esa posibilidad porque cree que, «ahora más que nunca» es el momento de estar junto a su comunidad.
Muchos habitantes de Jama, que ha quedado destruida en un 90%, según el sacerdote, han salido de la ciudad y se han instalado en albergues cercanos, mientras que otros se han marchado a Guayaquil o a la capital, Quito.
Pero aun con unos pocos vecinos, a oscuras y entre escombros, cada tarde se celebra la misa en el pueblo.