En su primera misa del año, el papa recordó «la multitud de formas de injusticia y de violencia que hieren cada día a la Humanidad», una situación que tildó de «río de miseria».
«¿Cómo es posible que perdure la opresión del hombre contra el hombre, que la arrogancia del más fuerte continúe humillando al más débil, arrinconándolo en los márgenes más miserables de nuestro mundo?», cuestionó.
También se preguntó «hasta cuándo la maldad humana seguirá sembrando la tierra de violencia y odio, que provocan tantas víctimas inocentes».
«¿Cómo puede ser este un tiempo de plenitud, si ante nuestros ojos muchos hombres, mujeres y niños siguen huyendo de la guerra, del hambre, de la persecución, dispuestos a arriesgar su vida con tal de que se respeten sus derechos fundamentales?», lamentó.
El pontífice aseguró que esta problemática, esta riada de violencia «alimentada por el pecado», no puede hacer nada «contra el océano de la misericordia», precepto al que ha consagrado su Año Santo Extraordinario.
«Todos estamos llamados a sumergirnos en este océano, a dejarnos regenerar para vencer la indiferencia que impide la solidaridad y salir de la falsa neutralidad que obstaculiza el compartir», animó.
En este sentido defendió el rol que puede desempeñar la «fuerza de la fe» que, en su opinión, «siempre es capaz de abrir nuevos caminos a la razón» a los que «no puede llegar la razón de los filósofos ni los acuerdos de la política».
La misa, en la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios, tuvo lugar en la imponente basílica de San Pedro y sus alrededores contaron con una elevada presencia policial, debido a la alerta terrorista en la que se encuentra el continente europeo.
El papa concluyó la ceremonia a las 11.30 locales (10.30 GMT), una hora y media después de su inicio, y emprendió la salida de la basílica escoltado por doce guardaespaldas, que se entremezclaron inusualmente con los monaguillos y miembros del clero que conforman la comitiva papal.
Posteriormente se asomó a la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico para rezar el primer Ángelus mariano del 2016 y dirigir su catequesis a los numerosos fieles y turistas que le observaban desde la plaza de San Pedro, a quienes felicitó el año.
Francisco volvió a abordar el tema de la paz que, a su juicio, «debe ser cultivada» por las personas, algo para lo que es preciso evitar la indiferencia.
«La paz (…) debe ser cultivada por nosotros. Eso supone una verdadera y propia lucha, un combate espiritual que tiene lugar en nuestro corazón», refirió el papa.
Y añadió: «La enemiga de la paz no es únicamente la guerra, sino también la indiferencia, que hace pensar solo en uno mismo y crea barreras, sospechas, miedos y egoísmos».
El papa dijo que «contamos con mucha información pero en ocasiones nos encontramos tan sumergidos en noticias que nos distraen de la realidad, del hermano y de la hermana que nos necesitan».
«Empecemos a abrir el corazón, despertando la atención hacia el prójimo. Esa es la verdadera conquista de la paz», exclamó.
La Iglesia Católica celebra este primer día del año la XLIX Jornada Mundial de la Paz, instituida en 1968 por el pontífice y beato Pablo VI.
En esta ocasión la jornada transcurre bajo el lema «Vence la indiferencia y conquista la paz» y, para este día, el papa trasmitió un mensaje que fue difundido por la Santa Sede el pasado 15 de diciembre.
En él, Francisco insta a los Estados del mundo a impulsar «gestos concretos» con los presos, los emigrantes y los parados y a favorecer las relaciones con otros países.
Además recuerda que «las guerras y los atentados terroristas, con sus trágicas consecuencias, los secuestros de personas, las persecuciones por motivos étnicos o religiosos, las prevaricaciones, han marcado de hecho el año pasado de principio a fin».
Este viernes el papa continuará con los actos vinculados al Jubileo Extraordinario y abrirá la puerta santa de la última de las cuatro basílicas papales que la mantienen clausurada, Santa María la Mayor.