En China, científicos trabajan en un laboratorio con una cepa mutante del COVID-19, que tras ser probada en ratones genéticamente modificados para simular a seres humanos, demostró tener una tasa de mortalidad del 100%.
Esta no es una variante nueva, pues fue descubierta en 2017 en pangolines de Malasia. Sin embargo, estos nuevos estudios mostraron que el virus afecta gravemente a los pulmones, huesos, ojos y tráquea.
Asimismo, se evidenciaron síntomas como la pérdida de peso, fatiga, ojos completamente blancos, y una afectación severa al cerebro. Esto provocó que los ratones murieran entre siete y ocho días después de la infección.
Otros científicos de la Universidad de Stanford, y del University College London, han criticado esta investigación por las medidas de bioseguridad empleadas por los científicos, a tal punto de llegar a compararlas con las prácticas en Wuhan que derivaron en la pandemia del COVID-19, a finales de 2019.
Pese a esto, calificaron el proceso como “científicamente inútil”.
Desde mayo de 2023, la Organización Mundial de la Salud (OMS) dejó de considerar al COVID como una emergencia internacional, aunque alertaron que la pandemia por la enfermedad continúa.
De momento, la comunidad científica y autoridades sanitarias siguen atentas ante cualquier desarrollo relacionado con la transmisibilidad a seres humanos.