A los alemanes, tratándose de fútbol, les encanta la palabra «milagro», tal vez porque los hace pensar en el «milagro de Berna», como se conoce la victoria de Alemania ante Hungría en la final del Mundial de 1954.
De hecho la prensa alemana está hoy llena de alusiones a lo que ya se llama el «milagro de Wolfsburgo».
Una maldición es justamente lo contrario de un milagro pero se le parece en la medida en que contiene un elemento irracional e inexplicable. El milagro lleva a un logro que parecía imposible. La maldición lleva a continuas catástrofes contra la lógica.
Durante mucho tiempo, se habló de la «maldición alemana» del Real Madrid. Esa presunta maldición pareció superada en el año de la décima Copa de Europa, cuando el equipo blanco echó de la competición al Schalke, al Borussia Dortmund y al Bayern Múnich, goleando a domicilio al primero y al último.
Ahora, teniendo al frente a un rival en una situación que hacía que el Madrid fuera más favorito que nunca, la maldición parece haber vuelto. Y lo que para unos es el regreso de una maldición, para otros es el advenimiento de un milagro.
Sin embargo, las cosas también pueden verse de una manera más sobria. Al término del partido, Julian Draxler -la figura en la noche mágica del Wolfsburgo- se mostró reservado ante la palabra milagro.
«Ya estáis hablando del milagro de Wolfsburgo, tal vez desde afuera se vea así pero nosotros lo vemos distinto. Hemos hecho un buen trabajo y hemos sido premiados», dijo en la zona mixta
«Tras dos minutos dos dimos cuenta que se podía lograr algo ante el Madrid y tuvimos la sangre fría para aprovechar nuestras oportunidades y hacer un buen trabajo defensivo», agregó.
El milagro alemán -es decir, el resurgimiento en los años cincuenta después de que el país quedase destruido en la II Guerra Mundial- tampoco fue un milagro en sentido estricto. Tiene explicaciones.
Lo mismo, tal vez, pasa con la derrota de anoche del Real Madrid, ocurrida justamente en Wolfsburgo, una de las ciudades emblemáticas de lo que fue el milagro alemán por el peso simbólico que tuvo en su momento la marca Volkswagen.
Del lado del Real Madrid, el entrenador Zinedine Zidane, tras dar algunas explicaciones -que no tienen nada que ver con lo sobrenatural sino con la falta de intensidad y de movilidad al comienzo del partido- dijo que ahora se trataba de analizar lo ocurrido para buscar soluciones.
No es de esperar que consulte una bruja para conjurar el regreso de una presunta maldición.
En cambio, tal vez sí se plantee si no hubo un problema en la cabeza de sus jugadores, que -pese a todas las declaraciones previas en contra de esa sospecha- pudieron sentirse demasiado confiados ante un equipo que sobre el papel era claramente inferior. Eso podría explicar la falta de intensidad a la que el mismo Zidane aludió.
Entre las llamadas «virtudes alemanas», al lado de la idea de luchar hasta el final en cada partido y de pelear cada balón como si fuera el último, está la de hacer las cosas lo mejor posible.
Entre otros, el escritor Thomas Mann lo decía al asegurar que el mejor elogio que se podía hacer de su propia obra era que le dijeran que él era incapaz de escribir algo mejor.
Para un equipo, el mejor elogio, dentro de esa lógica, es decir que no hubiera podido hacer un partido mejor dentro de sus limitaciones. A veces, ese mejor partido posible no alcanza ante un rival superior. Pero puede alcanzar contra todo pronóstico si el rival flaquea o si ocurre algo imprevisto que cambie las condiciones del enfrentamiento.
«Si hace sol no tenemos posibilidades, pero si llueve la cosa cambia», dijo el legendario seleccionador alemán Sepp Herberger antes de la final de Berna.
Pero para sacar provecho de esa eventualidad -en Berna llovió el día de la final- hay que hacer el mejor trabajo posible.