Entrar en las zonas más devastadas de Manta y Portoviejo por el sismo es un ejercicio diario para todos ellos, que salen del hotel en el que se hospedan ya pertrechados con casco y mascarilla.
Son los requisitos esenciales de seguridad por el polvo de los escombros y el hedor que se ha ido asentado en estos lugares, donde se ha sacado centenares de cadáveres en los primeros cuatro días y ahora los productos podridos de los comercios, los insectos y las ratas amenazan con infecciones y virus.
Y una vez se llega a la zona cero comienza el «recorrido, recorrido y recorrido», como lo llaman los periodistas. Se busca dónde están los rescatistas, qué equipos nuevos han llegado hoy y dónde puede haber aún a personas vivas atrapadas.
El trabajo es largo, extenuante y a veces demoledor en el estado de ánimo, pues además del polvo se respira el dolor ajeno, más intenso conforme los días pasan y la esperanza de obtener buenas noticias se desvanece.
No hay día con temperaturas inferiores a los 30 grados, y la sombra no es siempre un refugio posible, puesto que los edificios que quedan en pie pueden ceder ante una nueva réplica que sea solo un poco más fuerte de las que se sienten todos los días, a veces de día, a veces mientras se intenta dormir por la noche.
Con las tiendas cerradas y los cajeros sin servicio desde el terremoto, otro reto es encontrar agua y alimentos, escasos en el supermercado y encarecidos hasta en cinco veces su valor.
La solución es comida enlatada -especial éxito tienen las latas de atún- y las botellas de agua que los voluntarios entregan en la zona a organismos de socorro y periodistas.
El otro problema son los ladrones, que a veces rodean en grupo a sus víctimas para quitarles equipos de trabajo y dinero, y otras intentan abrir los vehículos particulares que ingresan en la zona.
Como contrapunto, la generosidad de los ecuatorianos, que alertan de la llegada de los amigos de lo ajeno, comparten el poco alimento que llevan encima y avisan para ponerse de nuevo la mascarilla.
«Grabe mi casa, que está destrozada», piden muchos, siempre dispuestos a hacer de guía entre los escombros a cambio de nada.
Otros preguntan si hay datos nuevos, si son ciertos los rumores -que nadie sabe quien inventa- que hablan de próximos terremotos más fuertes que el del sábado e incluso de futuros tsunamis.
Y así, entre charla y desmentido, la noche cae y los focos se encienden donde el trabajo continúa, complicando aún más la salida por las zonas en penumbra, que conviene cruzar en grupo tras preguntar los últimos datos a los bomberos, pacientes y ya camaradas a esas horas.
Mañana se vuelve, queda trabajo que hacer.