Cuando el reloj marcaba las 18:58 hora local (23:58 GMT), el momento justo del terremoto del 16 de abril, el arzobispo de Quito y presidente de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana (CEE), Fausto Trávez, pidió a los presentes en la llamada «Cruz del papa», en el parque La Carolina, que orasen en silencio durante un minuto.
Al pie de una inmensa cruz colocada en el lugar en el que el papa Juan Pablo II ofició una misa, y flanqueado por dos mesas en la que había decenas da velas encendidas, Travez, con micrófono en mano, contó sus vivencias en recorridos por pequeños pueblos «arrasados completamente» donde, dijo, el terremoto dejó a gente sin «nada»
El sacerdote compartió que en la ciudad turística de Bahía de Caráquez, la iglesia se había convertido en la cocina, el comedor, la enfermería y los dormitorios de los más necesitados.
Comentó que los damnificados no reaccionaban ni cuando se sentían réplicas del terremoto: «Ellos tenían el rostro sin gesticular, yo digo, como una estatua mal hecha. Ni siquiera lloraban porque jamás se imaginaron que eso iba a suceder en el lugar turístico en donde la gente va a descansar y tener momentos de esparcimiento», relató.
Añadió que en la población de Canoa, la iglesia se cayó, pero muchas imágenes religiosas permanecieron en pie.
En Jama, dijo, vio una escena conmovedora: «maquinaria, ejército, policía y obreros trataban de levantar dos losas pegadas una sobre otra. El primer piso no se había caído, el segundo y tercero sí. Las dos losas aplastaban a una chica de 16 años» que quedó atrapada cuando intentaba ayudar a su abuela, comentó.
Hombres, mujeres y varios niños presentes en el homenaje se estremecieron al escuchar que vio a tres hermanos de 14,12 y 8 años que perdieron a sus padres, su casa, todo.
Formuló un llamamiento para que continúen la donaciones porque esos niños, como el resto de damnificados, no necesitan compasión: «Nadie vive de tus lágrimas, vive de tu ayuda», subrayó.
Conforme narraba sus vivencias, parejas apretaban sus abrazos, madres acariciaban a sus hijos, nietos rodeaban con sus brazos a abuelos, y algunos de quienes fueron solos apretaban con fuerza la vela encendida o las flores, que dejarían luego al pie de la cruz.
Trávez, que estaba junto al alcalde de Quito, Mauricio Rodas, y su esposa, se unió en oración con los asistentes, mientras a pocos pasos, manos anónimas y voluntarias, seguían clasificando las donaciones que continuaban llegando entrada la noche.
Más atrás, deportistas corrían por la pista atlética, mientras un grupo de mujeres, con las velas encendidas, se tomaban fotos.
Flores, velas encendidas y una bandera del país levantaron los asistentes cuando se escucharon las notas del himno nacional, al que le siguió un gran coro ciudadano que entonó la canción de la Quito que, desde el pasado sábado, no ha cesado en donar vituallas, que el Municipio envía a la zona del desastre.
Como señal de condolencia y solidaridad para con las víctimas, velas encendidas quedaron al pie de la gran cruz, que acogió también la flores que dejaron ciudadanos compungidos, tristes, solidarios.
«Estamos muy conmovidos con la tragedia», dijo a Efe Ramiro Salazar, de 62 años, para quien la vela encendida «es una señal de vida. Queremos que ellos sigan viviendo», dijo al considerar que las rosas son un mensaje de alegría y de que «tienen compañeros».
Yolanda Montalvo asistió al homenaje porque cree que los ecuatorianos deben estar unidos y colaborar en épocas de tragedia.
«Sabemos que esto no es para una semana, no es para un mes, esto es a largo plazo», dijo a Efe al asegurar que aparte de apoyo espiritual, han dado víveres, medicinas, agua y ropa, entre otros.
Al abandonar el sitio, su hija, Victoria, de 8 años, ya había recibido el ejemplo de solidaridad que su madre quiso transmitirle: «Hay que ayudar mucho a las demás personas porque están afectadas por el terremoto, nos pudo haber pasado a nosotros también. Las familias perdieron todo», dijo al agregar que se les puede ayudar «con víveres y rezando».