– «The Man Who Sold the World» (1970): Tras «Space Oddity» (1967), que contenía la mítica canción homónima en la que «La Tierra llamaba al mayor Tom» y que estrenó su relación con Tony Visconti como productor, Bowie se planta un vestido para la promoción de este álbum, que contiene las semillas de lo que después vendría desde Marte. Está considerado como el origen del glam-rock.
– «Hunky Dory» (1971): Aunque solo fuese por la excelente «Life on Mars?», habría que reivindicar este disco que ensalzaba a Andy Warhol, Bob Dylan y Lou Reed y que el propio Bowie valora como uno de los más importantes de su carrera. «Voy a ser enorme», pronosticaba el músico en una entrevista de la época.
– «The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars» (1972): el trabajo que lo convirtió en una estrella global y en el que apuntaló sus grandes señas de identidad musicales y escenográficas, con toques de ciencia ficción, fue también un torbellino en el que se permitió divagar sobre política, consumo de drogas y exploración sexual.
– «Aladdin Sane» (1973): Su mirada se posa en EE.UU. y el fruto de su gira por aquel país como Ziggy Stardust desemboca en las canciones de este disco, el primero concebido como una gran estrella y su primer número 1 en ventas en Reino Unido. Basta decir que es el álbum de la icónica portada del rayo cruzándole el rostro.
– «Station to Station» (1976): Hasta 1975 no cosechó su primer sencillo número 1 en EE.UU., «Fame», incluido en «Young Americans». El sucesor de este trabajo supuso otro revulsivo, y eso que Bowie estaba entonces sumido en una debacle mental por su adicción a los estupefacientes. Con él creó al adusto «Duque blanco» y marcó la transición del soul al robótico influjo germánico de Kraftwerk.
– Trilogía de Berlín («Low» (1977), «Heroes» (1977) y Lodger (1979)): de su colaboración con Brian Eno -no como productor- surgieron estos tres álbumes compuestos y en parte grabados en la zona oeste de la ciudad alemana. Por su ambición están considerados tres de sus álbumes más influyentes, sobre todo para la forja del new wave, el post-punk y la música industrial.
– «Let’s Dance» (1983): «Quiero un hit», dijo Bowie cuando contrató a Nile Rodgers como productor. Dicho y hecho. Como ya había hecho con el previo «Scary Monsters (And Super Creeps)» (1980), abandonó el carácter experimental de la trilogía berlinesa por un estilo más abierto, desenfadado y bailable. ¿El resultado? Su álbum más vendido, con 7 millones de copias despachadas en todo el mundo.
– «The next day» (2013): Las no tan acertadas décadas (creativamente hablando) de los 80 y 90 culminaron con el excelente «Reality» (2003), pero Bowie dejó pasar 10 años antes de sorprender de la noche a la mañana con este disco que estuvo nominado al Mercury Prize y que, sin ser especialmente innovador, ofrecía sólidas composiciones sobre la edad y el amor.