“Es una pesadilla”, dijo Diego Oviedo Polo al referirse al ataque que lo dejó con una movilidad limitada. Todo se remonta al 30 de noviembre del 2023, cuando luego de tomar un taxi amarillo en la av. Los Shyris y Rusia, en Quito, el conductor lo llevó por una ruta desconocida para obligarle a sacar dinero de sus cuentas y tarjetas.
Sus atacantes le propinaron una serie de golpes en la cervical y malos tratos, y al día siguiente, lo arrojaron en el sector de La Marín. Fue a las 06h00 cuando los Bomberos lo encontraron y, para el momento, tenía movilidad y motricidad en las cuatro extremidades.
Diego relata que, al ser trasladado al hospital Enrique Garcés, en el sur de la capital, trabajadores de esa casa de salud le retiraron una vía y un collarín que protegía su cervical.
Mientras tanto, su familia inició su búsqueda. Los contactos de Diego recibieron mensajes de extorsión de sus atacantes, pidiendo altas cantidades de dinero a cambio de su vida. Sin embargo, para entonces, las autoridades ya localizaron a Oviedo, pero no comunicaron este hecho a sus familiares.
Por ello, cuestionó que no se implemente un mecanismo de notificación a familiares de manera coordinada.
El caso de Renato Ortuño no es muy distinto. Incluso, recuerda haber sido compañero de universidad de Diego, con quien, dijo, jugaba fútbol y recibía clases.
Todo cambió un 23 de junio, cuando recibió 4 impactos de bala mientras se movilizaba en su vehículo, de los cuales uno de ellos cercenó completamente su médula.
Cuando la Policía lo encontró al interior del auto, Renato no movía más que los ojos; estaba en shock. Con el tiempo, empezó a tener movilidad en la boca y habilidades de habla, cuando fue trasladado al hospital Eugenio Espejo, en el centro de Quito. Allí, los médicos le dijeron que no lo atenderían por neurocirugía, sino por traumatología, pese a las graves lesiones que tenía en su columna.
“Estamos presos en nuestro propio cuerpo”
Tanto para Diego como para Renato, la vida cambió totalmente. Oviedo pasó de ser docente con más de 10 años de experiencia, a no poder moverse. Ortuña, en cambio, ahora depende en su totalidad de su esposa para hacer actividades básicas.
«Estamos presos en nuestro propio cuerpo», dijo Oviedo.
Luego de este hecho, ambos buscan recuperarse, pero la labor no es sencilla. Deben someterse a terapias diarias que, en términos económicos, refleja inversiones significativas en la economía familiar.
«El sicario que está detenido y preso en Latacunga está más libre que yo», dijo Ortuño, al considerar que su atacante que ahora está recluido en la cárcel de Cotopaxi, tiene mayor movilidad en sus extremidades.
Busca incesante por justicia
Otro de los largos recorridos que enfrentan Diego y Renato es la busca de la justicia.
Oviedo relata que, desde el inicio de la investigación, el fiscal de la causa no ha actuado correctamente. Indicó que, el agente cuenta con los nombres de quienes recibieron las transferencias de sus atacantes. Sin embargo, dijo, «no se ha hecho nada».
«Me duele vivir en un país donde la indolencia y el tema inhumano es una carta de presentación. La impunidad es la regla», sostuvo.
Para Renato, el sistema de justicia ha sido deficiente en la atención de este tipo de causas. En su investigación, el fiscal determinó que su atacante contó con la colaboración de dos personas más que estarían detenidas en Estados Unidos. Sin embargo, aún no se ha concretado su deportación.
«Hasta ahora no se sabe nada. No se ha hecho nada por traerlos», indicó.
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