Más de treinta años han pasado desde que los hermanos Cachimuel, de un pueblo quichua de la ciudad andina de Otavalo, sacaron su arte a la calle. Comenzaron cantando en plazas y calles en Ecuador, y, por situaciones económicas, se fueron a Estados Unidos.
«Yo empecé a los seis años trabajando en las calles de Quito, cantando a Quito, cantando los fines de semana todas las composiciones que mi padre se inventaba, para nosotros», dijo a Efe Ana, de 39 años, integrante del grupo artístico «Yarina».
Los cantos a la tierra, el amor, la familia, el agua, entre otros, los hacen en idioma quichua pues creen que así puede mantenerse la «raíz milenaria firme y constante».
Sus abuelos se comunicaban completamente en quichua, e incluso Ana y sus hermanos usaban ese idioma. «Nuestros hijos entienden, pero no sueltan la lengua todavía. Nuestra labor ahorita es fortalecer, es hacerles querer al idioma pero para hablar, no solamente para escuchar», explicó.
Manuel Cachimuel y Rosa Elena Amaguaña, padres de los once artistas, se mantienen como la columna vertebral del proyecto en el que, ahora mismo, el menor tiene 18 años y el mayor 45, y en el que han adoptado como productor a Nazim Flores, esposo de Ana.
En las canciones también hay una «protesta fuerte» pues creen que no siempre se vive a plenitud la interculturalidad del país donde, por ejemplo, afros, mestizos, indígenas viven «cada uno por su camino y no nos logramos integrar», comentó Ana.
«Invitamos a esa integración, vivir una vida armónica, con respeto, cada uno con diferencias, pero respetándonos», dijo Ana, quien, a diferencia de sus hermanos, volvió a su país tras quince años en EE.UU., donde se han presentado en el Lincoln Center, el Kennedy Center y teatros de Broadway, entre otros.
Ana y su esposo volvieron por sus dos hijos para que crezcan en el seno de la cultura ecuatoriana y, aunque la reinserción no les resultó inicialmente muy fácil, han tratado de aligerar el proceso con el impulso de un centro de arte en Otavalo con el que quieren reforzar la identidad cultural.
«La globalización es algo que viene cada vez más fuerte con la tecnología también. Ahora, a través de los medios de comunicación puedes tener cualquier cantidad de invasión de información», depende de cómo se la tome, dijo Flores al señalar que decidieron adoptarla de «manera positiva» y someterla a su identidad musical.
Cree que se pueden incorporar nuevos instrumentos en la cosmovisión andina, pero «marcando un sello de identidad».
«Pueden extenderse las ramas, pero sus raíces no se moverán», subrayó Ana al señalar que los roces con otros artistas les ha significado un «alimento para seguir creciendo y dar un poco más de tiente a la música», pero sin olvidar sus orígenes.
Los otavaleños son indígenas emprendedores, abiertos al mundo y en ese sentido, Roberto Cachimuel, director musical del grupo, con estudios de violín, guitarra y composición musical en Boston, sostuvo que han aprovechado la globalización para incorporar elementos a su música, sin perder la identidad.
«Hemos fusionado bastante con las experiencias en la música con diferentes artistas que hemos conocido muy buenos, valiosos, no quiero decir famosos, porque a veces la fama nos lleva a círculos que no nos identifican o perdemos la identidad», dijo y agregó que han incorporado novedades a su música para que se «haga más global».
«Tratamos de darle color, romper un poquito el esquema, pero sin perder la raíz porque la raíz está en los ritmos, en los acordes, en las melodías», detalló.
Indicó que la intención es que los extranjeros conozcan la música de Ecuador «y fusionar con lo que ellos están acostumbrados» a escuchar, como una batería, por ejemplo.
En esa línea, «Yarina», fundado en 1984, ofreció esta semana, en Quito, junto a la Orquesta Sinfónica Nacional de Ecuador el concierto «Yakumama, Madre Agua, fuente de vida».
Con esa presentación en carpeta bajo el brazo, «Yarina», se acercará a orquestas sinfónicas de América Latina, Estados Unidos y Europa para desarrollar proyectos de difusión cultural.