El francés Cedric Duffao cubre con papel de embalaje sus tablas de surf para llevárselas a otro lugar y regresar la próxima temporada a dar clases de este deporte en la pequeña parroquia de Canoa, provincia de Manabí, en el epicentro del terremoto que sacudió la zona el 16 de abril.
Su local es uno entre tantos sobre la línea de playa, donde hay bares, restaurantes y hoteles, la mayoría de ellos destruidos por completo a causa de la sacudida.
Aunque todavía se mantiene en pie, el negocio presenta serios daños estructurales, por lo que será demolido.
El francés, quien lleva cinco años en Canoa, recuerda que la sacudida le cogió en la playa, le zarandeó y le hizo caer dos veces, pero cuando los movimientos cesaron se puso en pie, levantó su moto y se fue en busca de su hijo.
El terremoto, que dejó en Canoa 36 fallecidos y un 60 % de las edificaciones destruidas, no será un impedimento para el resurgir de la población, según Cedric, que destaca el coraje de sus habitantes.
Por eso el instructor de surf está decidido a regresar cuando las cosas se hayan normalizado un poco.
Canoa «se va a recuperar y va a crecer mucho más», asegura, y explica que los locales se van a reconstruir a base de madera y caña.
Está convencido de que las cosas se van a arreglar y de que vale la pena quedarse, y confía en la «buena onda» de los vecinos que están unidos «y van siempre adelante».
De la misma opinión es Pablo Gómez, el dueño del hostal «Estrella del Mar», quien hoy clausura las puertas y ventanas de su negocio para evitar robos.
Gómez, con ayuda de varios familiares, ha sacado de su local camas, colchones, televisores y otros enseres y se los ha llevado a Río Canoa, una parroquia cercana, un lugar seguro donde se ha instalado junto a su familia.
Cuando ocurrió el terremoto había siete personas en el interior del establecimiento, entre ellas su nieto, relata Gómez, quien recuerda que él se aferró a una de las palmeras de la playa y desde ese lugar pudo ver desplomarse numerosos locales.
Pese al sol que calienta la mañana en Canoa apenas hay bañistas, la playa está prácticamente desierta en medio de un silencio que solo rompen algunos golpes de martillo de quienes están desmontando muebles o derribando paredes de los destartalados locales.
«Lo que queremos es fuerza para empezar de nuevo», dice a Efe Gómez, quien lleva cuarenta años de duro trabajo junto a su esposa, y dieciséis de ellos al frente de este hostal, cuyas paredes hoy están atravesadas por las grietas.
El empresario recuerda la pujanza turística de Canoa, un enclave al que llegaban visitantes «de todas partes, de todos lo países», dice, y enumera algunos: «de Estados Unidos, de Inglaterra, de Alemania» y expresa su deseo de que las cosas vuelvan algún día a la normalidad.
Desde el puesto de mando unificado, su responsable, Enrique Ponce, explica que, como en la mayoría de los lugares afectados por la catástrofe, una parte de los cerca de 6.000 habitantes de Canoa se ha instalado en los albergues provisionales habilitados para los damnificados.
Otros permanecen en las proximidades, mientras que algunos vecinos han montado por su cuenta tiendas de campaña, donde reciben asistencia médica, agua y alimentos.
Tras los primeros días, fueron rescatadas con vida seis personas entre los escombros, pero en la actualidad no hay indicios de supervivientes ni de que queden cadáveres bajo los escombros, por lo que ha comenzado el proceso de remoción del cascote, señala.
Ponce subraya el potencial turístico de la localidad: «Aquí había mucha vida nocturna. Canoa era un centro turístico que cada día iba tomando mayor posicionamiento a nivel local e internacional», comenta.
A la vista de sus calles casi desiertas y de sus edificios convertidos en puro escombro nadie diría que la localidad era un centro de diversión, pero a juzgar por las opiniones de sus gentes, todo indica que Canoa quiere salir a flote.