Era la noche del 22 de abril, pasadas las 22:00. Mientras en Ecuador el terremoto de 7.8 sufrido una semana atrás tenía todavía a todos nerviosos, los jaramijenses Carlos Benítez, Luis Mero y el colombiano José Arana mantenían leves esperanzas de que una embarcación los rescatase.
Trataban de no pensar en la muerte, pero esa opción también rondaba sus mentes. Era el día 52 desde que habían salido de Pedernales para pescar por tres días y el viento los había llevado hasta cerca del mar territorial mexicano.
Su travesía empezó cuando estaban a 80 millas de la costa ecuatoriana y la misma noche que habían zarpado, pasadas las 19:00, cuatro piratas los atracaron y se les llevaron el motor, junto con los implementos de pesca.
Les dejaron las provisiones y una pequeña red que estaba oculta. No sabían que esa red sería esencial para sus próximos días. El 7 de marzo, habían zarpado el 2 del mismo mes, la comida ya se había terminado.
El agua no les faltaba, puesto que llovía casi todas las noches. “Hasta teníamos que botar el agua, porque la lancha se nos podía venir a pique”, cuenta Benítez, de 28 años, quien en principio luce tímido y solo pronuncia lo necesario, pero con el pasar de los minutos habla más de lo que fue para él vivir el naufragio junto a Mero y Arana.
Cuando se les acabó la comida, lo primero que pescaron fue una tortuga, la misma que dejaron secar al sol por unas horas y luego devoraron, como si fuera un rico banquete. Hablaban de comida, de sus platos favoritos y se hacían a la idea de que estaban comiendo langostas al ajillo y un seco de gallina criolla. Así como las noches sin luna eran sumamente oscuras, durante el día el sol era implacable. No había nada que los cubriese.
“Por momentos nos echábamos al agua para aplacar el calor, pero era insoportable”, cuenta Benítez, mientras revisa un televisor que está partido en su base, resultado del terremoto del que los pescadores se enteraron cuando estuvieron a salvo.
El menú diario era pescado crudo, pájaros que alcanzaban a cazar, tortugas, entre otras especies. Pero no siempre había alimento. “Hubo días en los que no pescamos nada, pero por suerte teníamos guardado de días anteriores. Tuvimos que comer pescado descompuesto”, acota.
Debido a la falta de mantenimiento, en la parte baja de la lancha se formó una capa de lama que benefició a los marineros, ya que así los peces se pegaban a la embarcación y era más fácil cogerlos.
Los días duros fueron varios. En las noches de lluvia, más de 40 según el cálculo de Benítez, los fuertes vientos estuvieron cerca de virar la lancha. “Parecía que los truenos nos caían a nosotros. Todo se alumbraba por segundos y luego volvía la oscuridad. Pensábamos que ya no íbamos a vivir”, recuerda con pesar Benítez, mientras abraza a su esposa, Rosa Delgado.
Luis Mero es aún más reservado que Carlos Benítez (José Arana no llegó al país, fue directamente a Colombia). En principio no quería hablar de la travesía. “Fue una experiencia muy dura, difícil de olvidar”, dice escuetamente.
En una breve charla, este pescador de 25 años cuenta cuál fue el momento más duro del naufragio para él. Asegura que sufrieron la amenaza de un tiburón, al que lograron someter con un cuchillo que los ladrones no se llevaron y que así tuvieron comida para algunos días.
Dos chances fallidas y por fin el rescate
A los 20 días de naufragio, sin saber la hora del día ni dónde estaban, todo apuntaba a que la salvación había llegado de la nada. Un barco se acercaba en la noche. Los pescadores perdidos, de inmediato prendieron una linterna y apuntaron hacia el navío. Por varios minutos, gritaron en vano. La embarcación se alejó.
“De seguro pensaron que les hacíamos luces para que se alejasen o pensaron que éramos piratas”, indica Benítez. La tristeza embargó a los náufragos, pero “ya sabíamos que podía llegar otro barco por ahí”. Y así fue, a los 25 días otra nave apareció.
Ellos pidieron ayuda de la misma manera, con gritos desesperados y luces, pero no resultó. La posible salvación nuevamente se esfumó. Sin embargo este segundo fracaso les dejó una lección. “Ya sabíamos que no teníamos que ahuyentar con las luces. Debíamos dejar que se acercaran”, explica. Y así, a los 52 días, durante ese 22 de abril nostálgico, en la oscuridad total, pasadas las 22:00, un buque inglés se acercó.
El plan se hizo según lo trazado. “Nos quedamos a oscuras. Cuando ya tuvimos al barco bien cerca, prendimos la linterna. El segundo capitán alcanzó a ver la luz y de inmediato nos apuntaron con un reflector. Nos dieron tres vueltas para ver si estábamos solos y luego nos tiraron una soga”.
Pero el rescate no fue fácil. En primera instancia, la lancha se alejaba, por las olas. El navío inglés debió dar una nueva vuelta a la fibra y hacer que las olas colocasen a la pequeña embarcación. El primero en subir fue Luis Mero. Fue la victoria. Habían terminado 52 días de pesadilla.
“Lo primero que nos hicieron fue chequeos médicos, nos dieron agua, suero oral y mucha comida. Nos brindaron carne molida y arroz, ese fue el banquete más rico de mi vida”, comenta Benítez.
Tierra a la vista… China
En alta mar los pescadores se enteraron del terremoto en Ecuador, pero no se pudieron contactar de inmediato con sus familiares, pues ellos estaban incomunicados por los problemas en las redes tras el sismo.
“En el barco nos trataban como reyes. No nos dejaban hacer nada. Si queríamos algo, les hacíamos señas (los tripulantes no hablaban español) y ellos nos lo daban”, expresa Benítez. En el navío se efectuó la tramitología para el ingreso de los tres pescadores a China. En Ecuador, los parientes de Benítez y Mero, cuando al fin se enteraron de que ellos estaban vivos, hacían paralelamente las gestiones para la repatriación. Arribaron al país asiático el pasado 16 de mayo.
“Fue un mundo nuevo, increíble, todo era inmenso”, destaca bastante sorprendido Benítez, quien recuerda además que “la comida era muy diferente, pero bien rica”. Ya en China, mientras esperaban que se realizaran los trámites para retornar a Ecuador (Benítez y Mero fueron calificados como un caso de vulnerabilidad y al no disponer de un pasaporte ordinario, viajaron con salvoconductos en la ruta aérea Pekín-Amsterdam-Guayaquil), miembros de la Embajada ecuatoriana llevaron a los pescadores a conocer el país.
“Fuimos a la Ciudad Prohibida, a la Muralla China y a tantos lugares que ya ni me acuerdo cómo se llaman. Todo es muy bonito, nunca me imaginé estar allá. El aeropuerto era un mundo nuevo, pura tecnología, todo era impresionante”. Luego de tres días de paseo, conocer nuevas costumbres y degustar la gastronomía china, Benítez y Mero regresaron a Ecuador, mientras que Arana se dirigió hacia Colombia.
Realizar un viaje parecido al de los pescadores, ida y vuelta desde Guayaquil vía aérea, más el costo de tres noches de hotel 5 estrellas (como en el que estuvieron), tiene un valor promedio de $ 3.000 por persona.
Familiares vivieron un doble tormento
Paola Anchundia, madre de Luis Mero, se encontraba devastada. Su padre estaba enfermo, por lo que durante un mes pasó más en el hospital de Manta que en casa. Ella, a su regreso, recién se enteró de que su hijo no había llegado de pescar. “Cuando me enteré, después de más de un mes que mi hijo estaba perdido, andaba de aquí para allá, no sabía qué hacer. Yo ya perdí a un hijo (falleció cuando tenía 15 años) y no podía soportar lo que era perder a otro”.
Esta mujer no encontraba consuelo y tenía que lidiar con las secuelas del terremoto, que dañó varias cosas en su vivienda, ubicada en el barrio El Velero, sector Eloy Alfaro de Jaramijó. Pero el dolor de pensar que ya no iba a ver a su primogénito la envolvió. Las preocupaciones del sismo y sus réplicas no fueron nada para ella, en comparación con la incertidumbre de no saber qué había pasado con Luis. “Yo no comía, me puse más flaquita de lo que soy. Ya esperaba que me llamaran para decirme que mi hijo estaba muerto”.
El mismo pensamiento tenía Ramón Benítez, padre de Carlos. “Yo quería que mi hijo llegara vivo, así fuera puro huesito, pero que llegara vivo”, expresa el hombre, quien también es pescador y que al igual que Paola se enteró varios días después de que su hijo no había llegado de faenar.
“Yo vivo en Puerto López y había venido a Jaramijó para ver qué había pasado con mi familia por el terremoto. Cuando llegué me enteré de que mi hijo no estaba y me empecé a sentir mal”.
Fuera del mar por un tiempo
Carlos Benítez afirma que no volverá a pescar por ahora. Quiere trabajar en tierra, así se siente más seguro. De momento cuenta con una tricimoto prestada, en la que espera pronto hacer fletes. “Ahora se me complica andar porque las llantas están lisas. Ojalá alguien me pueda ayudar con unas llantas nuevas para poder trabajar bien”, resalta este padre de familia de dos niñas: Liliana y Mónica, de 7 y 4 años, respectivamente.
Entre anécdotas del mar y China, Carlos pasa la tarde. Sus hijas ya llegaron de la escuela, estudian en la Unidad del Milenio Guadalupe Larriva. “Quiero darle lo mejor a mis hijas y si lo puedo conseguir fuera del mar, mucho mejor”, confiesa.