En un breve paso por el verde mar Jónico el sábado, dejando atrás su primer viaje al extranjero como presidente de Estados Unidos, Donald Trump estaba con un ánimo de despedida.

EFE

Detrás de él, sobre una colina, estaba el antiguo monasterio dominico donde los líderes del G-7 acababan de arengarlo para abandonar su promesa de campaña de retirarse de un gran acuerdo climático. Él no cedió.

Al frente había un grupo de tropas estadounidenses estacionadas en este rocoso puesto de avanzada italiano, ansiosos por escuchar a su comandante en jefe repasar la agenda exterior que había estado considerando los últimos nueve días.

 Después de nueve días de conversaciones con líderes extranjeros calculadores, Trump estaba ansioso por la validación de una audiencia que lo aplaudiera.

«Nos hemos ido por mucho tiempo», declaró Trump en la base aérea de Sigonella. «A cualquier lugar que voy –nos hemos ido casi nueve días, serán nueve días – Creo que hemos dado un jonrón sin importar el lugar».

Fue un mensaje optimista para un líder que recién se había reunido por primera vez con su nuevo club de contrapartes extranjeros. Pero por debajo, el recuento de su viaje deja incertidumbre sobre su agenda y disputas con sus contrapartes extranjeros.

El primer viaje de Trump al extranjero es una historia contada por capítulos, cada uno menos favorable para un presidente que aún hace balance de su posición en el escenario mundial.

Más allá de algunos comentarios formales, nada de esta historia fue contada por  el propio Trump, quien rechazó ofrecer una conferencia de prensa y, como han reconocido sus propios asesores, reveló poco de sus pensamientos a sus principales asesores mientras iba de país en país.

En cambio, fue un viaje contado en imágenes con el volumen apagado. Para cuando partió de Sicilia, Trump había dado cuatro grandes discursos, pero no había aclarado ninguna de las preguntas que rodean su política exterior.

De algún modo, la incertidumbre valía una victoria, al menos en la mente de los asesores de Trump. Cuando el presidente se preparaba para salir de Washington el viernes de la semana pasada, había poca confianza entre su equipo sobre que la odisea de nueve días concluyera sin ninguna falla. El propio Trump, quien no había dormido en otra cama que no fuera la suya desde que asumió el cargo, seguía escéptico sobre que un itinerario de cinco países terminara bien.

Un hogareño con poco apetito por la falta de comodidad, Trump se imaginaba lo peor. Comida extranjera desagradable, el molesto ‘jet lag’ y una cama desconocida habían sido sus experiencias en el extranjero como hombre de negocios. Incluso a pocos días de su partida, Trump preguntó si se podía suspender el viaje. Se quejó de la ambiciosa agenda con sus asesores principales a pocos días de partir.

Pero para entonces ya era muy tarde. Con las reuniones pactadas y el mundo esperando su debut internacional, Trump se acomodó en su habitación del Air Force One, el avión presidencial, para un vuelo cuatro veces más largo que cualquiera que hubiera hecho como presidente.

Bienvenida real

Catorce horas más tarde, Trump fue acomodado en el asiento trasero de su limosina blindada, acelerando en el centro de Riad junto al rey Salman bin Abdulaziz Al Saud y viendo pasar anuncios con los rostros de ambos.

Cualquier preocupación por un aterrizaje difícil en el extranjero desapareció rápidamente. Recibido con desfiles de caballos, obsequiado con una medalla de oro y atraído a un baile con espadas solo para hombres,  Trump finalmente encontró un país que lo tratara como un rey, al menos durante un fin de semana.

Por primera vez durante su presidencia, estuvo acompañado regularmente por la primera dama, quien consultó con el Departamento de Estado antes de empacar y emergió como la improbable trama paralela del debut de Trump en el escenario mundial.

Los asesores de Trump eligieron este reino del Medio Oriente como primera escala en parte debido a que el lujoso estilo de vida de su monarquía sería extendido al presidente.

Sin embargo, un aire de ingenuidad se palpaba en el aire después del discurso del presidente ante 50 líderes de naciones de mayoría musulmana. La Casa Blanca lo describió como una especia de misión cumplida, con un funcionario de alto nivel declarando en dos ocasiones que el presidente había unido al mundo musulmán.

La verdad es que Trump no había hecho nada por el estilo, a pesar de su bien recibido discurso en Riad. Stephen Miller, su asesor de política, había escrito un discurso conciliatorio que remplazaba el lema de Trump del «terrorismo radical islámico» con el más suave «extremismo islámico».

Mientras Trump daba su argumento inicial en una sala llena de líderes musulmanes, no obstante, el nuevo lenguaje sedado no apareció completamente.

«Aún queda mucho trabajo por hacer», dijo Trump. «Eso significa confrontar con honestidad la crisis del extremismo islámico y el terrorismo islamista e islámico de todo tipo».

El desliz ocurrió debido a que el presidente estaba exhausto, explicaron después sus asesores, apenas en el segundo día de lo que sería un largo desfile de nueve días entre reuniones y ceremonias.

El terrorismo se entromete

Despertando dos días después en Jerusalén con la noticia de un ataque suicida en Inglaterra, Trump se encontró enfrentado de forma muy cercana con la temática fundamental de su viaje.

Trump no estaba satisfecho con el lenguaje que sus asesores habían preparado para su discurso de esa mañana. A la condena al ataque le faltaba sustancia, pensó Trump. Describir a los atacantes en términos habituales no sería suficiente. En su lugar, él añadió su propia descripción, para usar el insulto que él piensa es el más tajante.

«De ahora en adelante los llamaré perdedores porque eso es lo que son. Son perdedores», dijo Trump horas después junto al presidente de Palestina, Mahmoud Abbas. «Habrá más de ellos. Pero son perdedores –recuérdenlo».

El mensaje fue bien recibido. Pero horas más tarde, estaba claro que Trump enfrentaba una pendiente pronunciada antes de cerrar las brechas que durante mucho tiempo han frustrado los intentos de los presidentes de Estados Unidos para lograr la estabilidad en Medio Oriente.

«Espero que esto anuncie un verdadero cambio»», dijo el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, antes de las declaraciones de Trump en el Museo de Israel. «Porque si el atacante hubiera sido palestino y las víctimas niños israelíes, el atacante suicida y su familia habrían recibido un sueldo de la Autoridad Palestina. Esa es la ley palestina. Esa ley debe cambiar».

Fue una intromisión de obstáculos del mundo real en la visión de Trump para la paz, que alguna vez él calificó de sencilla, pero que esta semana dijo que se trataba del acuerdo más difícil de todos.

Controversia ambiental

Cuando el presidente llegó al Vaticano en la soleada mañana del miércoles, el papa Francisco no lo regañó. Él gentilmente lo conminó a hacer algo más: leer.

El papa le obsequió a Trump una copa de su encíclica sobre la protección del medio ambiente, «Laudato Si: Sobre el Cuidado de Nuestro Hogar Común».

Pese a todas las tensiones subyacentes que prepararon el escenario para su primera visita, dado el inusitado y amargo intercambio sobre la inmigración y si la construcción de muros es de cristianos, el papa tomó otro camino.

Político hábil por derecho propio, Francisco se concentró en la pendiente decisión del presidente de saca o no a Estado Unidos del Acuerdo de París sobre el clima. Fue la primera de varias conversaciones que Trump tuvo esta semana sobre el acuerdo para la reducción del carbón, que como candidato prometió romper.

Tras partir de la cumbre del G-7, Trump dijo que tomaría una decisión la próxima semana. Pero para los líderes con los que se encontró en Sicilia, sus intenciones parecen claras.

La canciller de Alemania, Angela Merkel, dijo que el grupo había mantenido conversaciones poco satisfactorias sobre el asunto. Estados Unidos evitó firmar un comunicado conjunto de respaldo al Acuerdo de París tras el cierre de la cumbre; otros líderes dijeron que Trump no estaba listo para dar ese paso.

Remolino de dudas sobre Rusia

El periplo de una semana en Medio Oriente y Europa le ofreció alivio momentáneo a un asediado Trump, cuya presidencia tuvo sus momentos más precarios durante la semana llena de escándalos antes de partir.

Sus asesores esperaban que pudiera escapar brevemente de la controversia sobre Rusia mientras viajaban al extranjero. Pero cuando Trump llegaba a su última parada en Sicilia, la investigación sobre la intromisión rusa en las elecciones de 2016 solo se había avanzado más hacia el círculo más cercano de Trump.

En su primera noche fuera como presidente de Estados Unidos, Trump se encontró a sí mismo observando los últimos desarrollos desde habitaciones de hotel en el extranjero en medio de la noche.

En la rocosa colina en la que los líderes se encontraron, las dudas sobre Rusia y las controversias en casa parecían emerger. Los líderes se preguntaban si Trump –cuya campaña fue ayudada por la intromisión electoral de Rusia, de acuerdo con análisis de inteligencia de Estados Unidos– podría ser confiable para enfrentar al presidente de Rusia, Vladimir Putin.

La controversia sobre Rusia también evitó que Trump abrazara lo que normalmente sería un momento de coronación de su presidencia. Sin disposición para enfrentar preguntas sobre la controversia, Trump evadió cualquier interacción con la prensa, un escenario que de otro modo podría haber utilizado para difundir sus logros en el extranjero.

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La mayoría de los otros líderes aceptaron preguntas mientras se iban de Taormina, muchos detallando puntos de contención con el nuevo líder de Estados Unidos. Trump no ofreció ningún punta de vista sobre los encuentros ni detalló su política exterior mientras respondía preguntas sobre ellos.

De vuelta en Washington, Trump permaneció en su capullo –satisfecho consigo mismo, pero consciente de que el silencio no durará mucho.

Fuente: CNN en Español