Los habitantes de la provincia no han visto que las promesas de reactivación se cumplan

Fotografía recuperada "El Telégrafo".

Duerme con las puertas abiertas ante el temor de que la tierra vuelva a temblar con fuerza. Y a veces cuando el sueño es difícil de conciliar se mantiene vigilante. Byron Moreira no ha podido desprenderse del recuerdo de aquella tarde del 16 de abril de 2016 cuando iba a encender unas bombas de agua, y el suelo del sitio El Relleno, de la parroquia San Isidro, se hundió y se ‘tragó’ parte de la propiedad ganadera de su familia.

Sus días aún están atados a ese predio resquebrajado y hundido, donde pasa cuidando unos 15 becerros y vacas que ‘sobrevivieron’. En el terremoto, unas 70 reses, que con el ordeño y cuidado daban trabajo a 14 familias, se perdieron al desplomarse el corral por el hundimiento.

Las autoridades que llegaron por esos días dijeron que allí había una falla geológica, que imposibilitaba que se siga habitando y produciendo.

Casi catorce meses después, Moreira y su familia no han podido salir de allí y reactivar su actividad productiva en otro lado porque los ofrecimientos gubernamentales para un crédito no se concretan.

Gonzalo Loor, cuñado de Moreira que sobrevivió al terremoto en una casa campestre que se partió en dos, cuenta que les pidieron conformar una asociación para solicitar un crédito de $ 1,4 millones para la compra de una hacienda de 200 hectáreas en Santo Domingo.

Durante casi un año juntaron documentos, fueron a reuniones e hicieron trámites en BanEcuador. Semanas antes del cambio de Gobierno les indicaron que el préstamo no fue aprobado.

Loor afirma que les dijeron que tenían que tener unos “400 mil dólares de encaje” como para garantizar el préstamo. “De dónde vamos a sacar eso, si estamos prestando es porque necesitamos”, afirma.

La familia, que aún permanece en el predio, dice que aunque la zona representa un riesgo por los movimientos que aún se registran, no lo dejan porque sin recursos no tienen a dónde reanudar sus vidas.

Ante la falta de trabajo, algunas personas que colaboraron con ellos han tenido que buscar otras opciones fuera de San Isidro, una zona montañosa que vive de la ganadería.

Fuente: El Universo