Y este sábado, aun frente a las circunstancias más extraordinarias, los fanáticos estuvieron ahí otra vez para sus héroes.
La semana pasada los habían despedido rumbo a lo que sería el juego más importante en la historia del club Chapecoense, con la esperanza de obtener una victoria en la final de la Copa Sudamericana.
Pero el sueño se acabó y la localidad quedó destrozada en aquel devastador accidente aéreo del lunes por la noche en el que murieron 19 jugadores y otros 19 miembros del club.
Ellos ya no regresarían con un trofeo en las manos, sino que volverían a casa dentro de ataúdes.
A las 8 de la mañana, mientras los cuerpos de sus idolatradas estrellas aún venían de vuelta desde Colombia, los fanáticos ya estaban esperando en el estadio, cantando, gritando y aplaudiendo bajo una fuerte lluvia.
Pero la atmósfera aparentemente festiva era engañosa, muchos de los seguidores lloraban abiertamente. Algunos rezaban.
Enilson Dos Santos nos dijo: «He estado aquí en todos los juegos, por eso ahora quiero decirles adiós. Estos impactado y tan triste».
Otra simpatizante, Sandra Gonzalez, se limpió las lágrimas mientras decía: Estoy muy emocionada. Eran nuestros ídolos, no puedo entender qué fue lo que ocurrió. Solo siento dolor».
Imágenes de los aviones de transporte militares aterrizando en el aeropuerto local aparecieron en las grandes pantallas colocadas en el estadio, mientras que cada vez que descendía uno de los ataúdes sonaba un tremendo aplauso.
La llegada de los cuerpos al estadio poco tiempo después fue acogida con un estruendoso rugido, pero entonces vino el golpe de realidad. Nadie podía ya negarlo, mientras los ataúdes eran descargados.
Era una visión visceral, el volumen total, de decenas y decenas, reflejaba la magnitud del desastre.
Para un club tan modesto, fue un esfuerzo monumental el traer a los héroes a casa, y los últimos metros parecían ser los más duros.
La lluvia ya era torrencial, el campo se inundaba, y llevados cada uno por 8 soldados, los ataúdes pasaban por en medio de una guardia de honor para luego entregar a estos amados a sus familiares.
No puedo ni imaginar el tipo de emociones que estaban viviendo.
La esposa de Danilo, el portero que llevó a Chapecoense a la final, lloraba mientras colocaba su fotografía en la portería.El padrino de su hijo adornaba el larguero con los guantes de Danilo.
Tres jugadores sobrevivieron al accidente, pero aún no se han recuperado como para volver a casa.
Once jugadores estuvieron en la ceremonia. Estaban decepcionados por perderse el juego de sus vidas, pero resultaron ser los afortunados.
El defensa Demerson estaba entre ellos, vistiendo la camiseta de su mejor amigo Bruno Rangel, y me dijo que su partida le había roto el corazón.
La emoción dentro del estadio era fuerte e incluso para los observadores sin conexión directa con la tragedia era difícil no sentirse conmovido. Para muchos reporteros la emoción tenían razón de ser, pues muchos de sus colegas que viajaron para cubrir el partido murieron en el accidente.
Muchos eran amigos. Siempre había una mano que ofrecía consuelo.
De verdad que fue un extraordinario final para una semana horrible.
Pero la agonía continúa. En los próximos días, decenas de funerales se realizarán en todo Brasil, un país que está de luto. Y pronto, el Chapecoense deberá comenzar esa dura tarea de reconstruir un equipo destrozado.
Durante la mayor parte del día en Chapecó, la lluvia no dejó de caer. La mayor parte del rudimentario estadio está descubierta y casi todos, dentro y fuera del campo, estaban empapados.
Pero nadie se quejaba, todos saben que el Chapecoense siempre jugó mejor bajo la lluvia.