El acontecimiento, no del año, sino de las últimas tres décadas fue, sin lugar a duda, la visita del Papa Francisco a Ecuador. 30 años después de la llegada de Juan Pablo II, el país entero vibró nuevamente con la presencia del máximo líder de la Iglesia Católica.

Faltaban 15 minutos para las tres de la tarde del domingo 5 de julio, cuando el avión de Alitalia, que trasladó al Santo Padre desde el Vaticano, aterrizó en la pista del Aeropuerto Internacional Mariscal Sucre de Tababela, en Quito.

Para las 15h00, cuando estaba previsto el arribo de Francisco, se abrieron las puertas del avión y finalmente se pudo divisar a «Su Santidad».

El viento le arrebató el solideo de su cabeza y también parte de su vestimenta le cubrió la  cara en varias ocasiones, pero eso no fue motivo para que dejara de sonreír.

Una vez que terminó el protocolo de recibimiento, dio su discurso de bienvenida. Sus primeras palabras fueron de agradecimiento y, tras dar su bendición al pueblo ecuatoriano, partió hacia Monte Olivo, al noroccidente de Quito, desde donde inició su recorrido en el papamóvil por las calles que, abarrotadas de gente, le dieron una cálida bienvenida.

Esa misma noche, en un gesto de gratitud con las personas que permanecieron desde la tarde en las afueras de la Nunciatura en donde se hospedaba, el Santo Padre salió para saludarlos y enviarlos a descansar, no sin antes haber cumplido su sueño de ver a Jorge Mario Bergoglio, el Papa latino.

Al día siguiente, partió hacia Guayaquil, ciudad que también lo esperaba con ansias. Allí, el alcalde Jaime Nebot le entregó las llaves de la ciudad. Luego hizo una visita breve al Santuario de la Divina Misericordia. En las calles por donde pasaba se vivía una verdadera fiesta con cientos, miles de personas que querían tan solo verlo.

Hasta el parque Samanes, en donde ofició su primera misa campal, llegaron aproximadamente 800 mil personas que viajaron incluso de  países vecinos. Su homilía estuvo dedicada a la familia.

Antes de abandonar el Puerto Principal, Francisco, en una muestra más de su nobleza, se tomó el tiempo para visitar a un viejo amigo,  el padre Francisco Cortés, o padre Paquito, a quien conoció en los años 80.

Esa misma noche retornó a la capital para continuar con su apretada agenda. En el Centro Histórico lo esperaba otro periplo. Visitó Carondelet y luego la Catedral en donde decidió no leer el discurso que tenía preparado sino improvisar.

El gran evento en Quito se cumplió la mañana del día siguiente en el Parque Bicentenario, al que acudió casi un millón de personas. Ni la lluvia torrencial de esa madrugada pudo con la fe de los feligreses que acamparon en los alrededores para asegurar su presencia en la misa campal. La homilía en esta ocasión estuvo dedicada a la unidad y al diálogo.

Por la tarde, el encuentro fue con estudiantes y educadores de la Universidad Católica y en la noche su último evento del día, la visita a la Iglesia de San Francisco y a la Iglesia de la Compañía.

Llegó entonces el día en que Francisco se despidió de Ecuador. El miércoles 8 de julio continuaría su periplo hacia Bolivia, no sin antes visitar el ancianato de las Hermanas Misioneras de la Caridad y luego orar en el Santuario de El Quinche.

Así, concluyó Francisco su visita a nuestro país, aunque un último mensaje llegó desde el cielo cuando envió un telegrama en el que aseguraba su gratitud y estima al querido pueblo ecuatoriano, «tienen un lugar en el corazón del Papa” escribió y con ello el adiós final. Lo esperaban ya Bolivia y Paraguay.