El ex aeropuerto Reales Tamarindos de Portoviejo acoge a 299 familias damnificadas por el movimiento telúrico de 7,8 grados de magnitud que el pasado 16 de abril causo serios daños en la costa norte de Ecuador.
Los aviones y los pasajeros, que hasta diciembre de 2010 ocupaban los espacios de la ex terminal aérea, fueron reemplazados por carpas y personas afectadas por los estragos del terremoto que estremeció al país suramericano.
Pese a lo duro del momento, los damnificados, que suman 1.185 personas (de ellas 83 personas con discapacidad) tratan de ver el lado positivo de la circunstancias que los obligó a llevar sus pertenecías al recinto que ahora funciona también como helipuerto.
“Nos sentimos bien acá, por el trato que nos dan. No es como su propia casa, pero aquí hay buena atención para los niños, como por ejemplo recreación, refrigerio y no dejan que ellos estén sin alimentarse”, mencionó Julie Vera, quien con su familia llegó al albergue ocho días después del terremoto.
Junto a la torre de control, que aún se mantiene en pie pese al paso del tiempo, se encuentran las oficinas de varias entidades públicas que velan por porque no les falte nada a los ciudadanos que permanecen en el lugar y que son visitados hasta las 18:00 por sus familiares.
Además de esa labor, los personeros de los organismos del Estado se encarga de ofrecerles opciones como los bonos de arrendamiento, que consisten en que las familias de cualquier parte del país que acojan a damnificados recibirán, durante seis meses, un bono de 150 dólares. En cambio, la familia acogida percibirá 100 dólares mensuales, durante tres meses, para alimentación.
“Ya firmamos por eso, pero por el momento no me quiero ir de aquí porque me da miedo por mis creaturas. Las cosas que están pasando la verdad que es una lástima que con tantos niños que recién están viendo el mundo estén pasando por esto”, añadió Vera mientras abrazaba fuerte a uno de sus hijos.
En la pista de la ex terminal aérea se instalaron 214 carpas que acogen a niños, adultos, personas con discapacidad y personas de la tercera edad, que vivieron momentos de angustia y dolor por la destrucción de sus hogares, pero que se sienten orgullosos de ser manabitas y que saben que saldrán adelante.
“Debemos de interesarnos un poquito más en el ambiente de nuestro Estado para ayudarnos nosotros mismos también. Como dicen para mí ser manabita es un orgullo y ser ecuatoriano también”, dijo Manuel Pilligua, quien junto a su esposa y nietos ocupa una de las tiendas de campaña apostadas en la pista del ex aeropuerto.
Los ciudadanos que viven en la ex terminal aérea son resguardados por miembros del ejército nacional y la policía nacional, quienes se encargan de preservar la tranquilidad de los residentes, que han vivido momentos demasiado duros.