El caso Böhmermann ha provocado controversia internacional y enrarecido las relaciones entre Alemania, y la UE, con Turquía, justo cuando Europa aparece como dependiente de Ankara para evitar que sigan llegando refugiados a sus costas.
Sin haber recibido tanta atención en el exterior, los humoristas, los periodistas y, en general, todos los turcos, saben hace tiempo que hablar de Erdogan puede significar un billete al banquillo.
En el año y medio que lleva de presidente, Erdogan ha presentado 1.845 denuncias por «injurias», como confirmó el ministro de Justicia, Bekir Bozdag, el mes pasado.
Insultar al jefe del Estado puede conllevar penas de cárcel de hasta 5,5 años, pero las denuncias ya eran habituales cuando Erdogan aún era primer ministro, entre 2003 y 2014.
El chaparrón pilló por sorpresa al colectivo de humoristas turcos, cuyo oficio tiene una venerable tradición en Turquía, con cuatro semanarios que llevan muchos años en los kioscos y son muy populares.
«El primer juicio fue contra nuestro colega Musa Kart, que había dibujado a Erdogan en forma de gato (en 2005). La denuncia nos sorprendió a todos porque en Turquía todo el mundo adora a los gatos; entendimos que estábamos frente a un político especialmente susceptible», recuerda a Efe el caricaturista Tuncay Akgün.
La respuesta de los colegas fue contundente: dibujaron a Erdogan convertido en todo tipo de animales, frutas y verduras, y recibieron inmediatamente sus propias citaciones judiciales, aunque todos fueron exonerados por la Justicia.
Entonces aún era posible ganar un juicio contra el primer ministro.
Hoy parece mucho más complicado. «Tras la profunda reforma de la Judicatura que el presidente ha realizado en su propio beneficio, ya nadie se fía de que sea juzgado con equidad frente a él», evalúa el humorista.
«La presión contra la sociedad civil ha aumentado mucho. Se abren juicios a cualquiera que comparta algo en las redes sociales: a periodistas, artistas… ¡hasta a los niños les ponen denuncias por injurias!», observa Akgün, uno de los fundadores de la revista Leman.
El pasado octubre, dos chicos de doce y trece años fueron detenidos por arrancar de un muro un cartel de Erdogan para venderlo como papel para reciclar.
También sufrió esa tendencia la ex «Miss Turquía» Merve Büyüksaraç, tras compartir en las redes sociales una poema satírico sobre «el maestro», con alusiones a conocidas acusaciones de corrupción, pero sin nombrar a Erdogan.
«No creí asumir ningún riesgo porque no es un poema de insultos», declaró a Efe la modelo, que ahora afronta una petición de entre 18 y 54 meses de cárcel, con el juicio fijado para el 31 de mayo.
Otro caso que roza lo esperpéntico es el de la apertura de un peritaje para establecer si comparar a Erdogan con Gollum, un ambiguo personaje de «El Señor de los Anillos», constituye un insulto al presidente.
Otros «sospechosos habituales» son periodistas que creen que su oficio les permite criticar con cierta sorna a los mandatarios pero que se han encontrado en el banquillo y, a menudo, sujetos a multas, simplemente por utilizar un lenguaje coloquial.
La presión contra los críticos no se limita a denuncias, recuerda Akgün: también «se ha despedido a cientos de periodistas» en los últimos años por alzar su voz, con o sin humor.
Además, el reflejo denunciante de Erdogan ha marcado tendencia, observa Akgün, ya que «después de que el presidente atacara nuestra revista, durante una reunión pública con alcaldes del país, los propios alcaldes han interpuesto denuncia contra Leman».
En febrero se supo de un camionero que denunció a su esposa porque ésta, asegura, insultaba al presidente cuando lo veía en televisión.
Pero los humoristas no se dejarán intimidar, promete Akgün: «Desarrollamos diferentes métodos para crear consciencia de lo que está pasando: sacar la revista en blanco o publicar un número totalmente al estilo de la prensa partidaria del poder».
«Leman es la revista de humor radical y opositor más antigua de Turquía (en los kioscos desde 1991) y hemos visto pasar unos cuantos Gobiernos. Siempre encontraremos una manera de decir lo que queremos decir», promete.