Esos son factores que los hacen un lugar para mostrar, intencional o no, los problemas políticos, económicos o sociales que viven los países y sus delegaciones.
Este año el mayor ejemplo fue lo ocurrido con la atleta bielorrusa Krystsina Tsimanouskaya, quien sin quererlo se ha convertido en un símbolo de la disidencia democrática en su país tras oponerse a ser obligada a regresar por no acatar las decisiones y criticar al Comité Olímpico de ese país, que es presidido por el hijo de Aleksandr Lukashenko, quien gobierna con mano férrea el país desde 1994.
La deportista ha apoyado anteriormente a movimientos prodemocracia en su país.
Esto recuerda a otros casos similares en el pasado, sobre todo de la época de la Unión Soviética y de sus estados aliados.
Estas semanas también se vio al pesista venezolano Julio Mayora dedicar su medalla de plata a Hugo Chávez por su cumpleaños (28 de julio). Mientras que el multicampeón olímpico cubano Mijain López le agradeció a Fidel Castro (quien gobernó la isla por cinco décadas). En ambos casos en sus países la opinión se dividió entre quienes los felicitaban total o parcialmente por sus palabras.
Además siguiendo la línea de los últimos años, una atleta estadounidense, Raven Saunders, ganadora de una medalla de plata en lanzamiento de bala, formó una X con sus brazos mientras estaba en el podio. Una muestra de apoyo a las personas oprimidas. Medios de su país recordaron que ella está muy comprometida con el activismo por los derechos de la comunidad LGBTI.
De igual manera hubo deportistas que tras alcanzar logros se quejaron de la falta de apoyo de los gobiernos de sus países. Entre ellos estuvo el ciclista ecuatoriano Richard Carapaz, oro en ciclismo de ruta.
Pero estas declaraciones y episodios no son nada nuevo en los juegos, así lo recuerda César Pólit, presidente del Panathlon Club Guayaquil y expresidente de Federación Ecuatoriana de Voleibol, quien comenta que siendo los juegos la vitrina del mundo se vuelve la mejor oportunidad para protestar por algo.
Agrega que las expresiones políticas no son lo ideal en la filosofía del movimiento olímpico, pero lamentablemente su universalidad siempre es explotada y hasta se dan excesos.
El impacto de la política en el deporte se ha visto de forma recurrente en los Juegos Olímpicos. Así, por ejemplo, en Berlín 1936, cuando el nazismo los organizó con toda su parafernalia en medio de la consolidación en el poder de Adolfo Hitler, atletas como el afroestadounidense Jesse Owens minaron las ideas de supremacía racial de ese régimen al ganar varias medallas.
Otro tema fue el boicot de Estados Unidos al no asistir a las olimpiadas de 1980 en Moscú, en plena Guerra Fría. Cuatro años después los soviéticos les devolvieron el desaire y tampoco acudieron a los juegos en Los Ángeles.
En Tokio 1964 y en México 1968 Sudáfrica no pudo participar por sanciones a causa de su política de apartheid. El tema racial también se vio presente en 1968 cuando los afroestadounidenses Tommie Smith y John Carlos, oro y bronce en los 200 metros planos, alzaron su puño en el podio con un guante negro que era símbolo de la lucha contra la segregación.
“La importancia que le podemos dar a la presencia de la política o a las manifestaciones de la política en el mundo olímpico está dado por la capacidad de repercusión que tiene… hay que reconocer que la política siempre tendrá influencia en el deporte. Son dos situaciones que se complementen en orientación al servicio de la humanidad. Lamentablemente el uso que se hace o la forma en que se expresa… van contrario a los principios y normas del movimiento olímpico”, dice Pólit.
Byron López, ex presidente de la Federación Ecuatoriana de Boxeo, comenta también que cuando cualquier gobierno interviene en el comité olímpico de su país, algo que está prohibido en la Carta Olímpica -reglas para la organización de los Juegos Olímpicos y para el movimiento olímpico-, en teoría se lo debería suspender o eliminar del movimiento. Pero en la práctica depende de varios factores.
En los juegos también se ha buscado ganar para reivindicar, equivocadamente, que son razas, gobiernos, sistemas o ideologías que están “por encima” de los demás participantes, una supremacía.
Este tipo de cosas hizo que el Comité Olímpico con el tiempo empiece a reforzar más la idea de que no era una competencia entre países sino entre deportistas, aunque el tema del medallero siga siendo una rivalidad en la práctica para aprovecharlo de distintas maneras.
Las olimpiadas (de verano y de invierno) tampoco han estado exentas de críticas a su organización en diferentes ciudades y países por razones como los derechos humanos.
En tanto, respecto a las expresiones de los propios deportistas, tienen su límite en la Norma 50 de la Carta Olímpica: “No se permitirá ningún tipo de manifestación ni propaganda política, religiosa o racial en ningún emplazamiento, instalación u otro lugar que se considere parte de los emplazamientos olímpicos”. Lo que ha ocasionado que haya sectores del deporte que critiquen esta regla por considerarla en contra de la libertad de expresión, pero también están quienes la apoyan. Así como quienes piensan que se puede flexibilizar, sin olvidar marcar límites.
Nota Original: El Universo – LINK