Una vez retirados gran parte de los rescatistas que buscaban víctimas bajo los escombros los supervivientes han regresado a las zonas de las que fueron evacuados para acceder a sus viviendas y negocios, de donde sacan lo que encuentran.
Los candelabros y crucifijos de una funeraria, las telas de una tienda o incluso sofás, colchones y frigoríficos son algunos de los bienes que poco a poco sus propietarios sacan de los edificios que los albergaron, que se vuelven más endebles con cada réplica.
Después, los trasladan a casa de un familiar, si tienen a alguno cerca que pueda acogerlos, o los llevan a los improvisados refugios que se han organizado en las ciudades dañadas por el terremoto al aire libre, cualquier cosa mejor que dejarlas en su sitio.
El acceso a los enseres es especialmente peligroso cuando éstos se encuentran en edificios altos, donde nadie sabe si la estructura es lo bastante sólida para aguantar el proceso o si sobrevendrá una réplica que los afecte irremediablemente mientras se encuentran en el interior de los inmuebles.
Los edificios y casas parcialmente derrumbadas no han sido supervisadas aún por peritos, pero varias familias ya han contratado a obreros para que reconstruyan la parte destruida o levanten la pared que cayó.
La zona devastada en Manta, el sector de Tarqui, cuenta con vigilancia de las autoridades en sus entradas más amplias, pero en el resto de calles lo único que impide el acceso es un cordón policial.