Después de ocho meses de combates contra el Estado Islámico (EI), la ciudad iraquí de Mosul, convertida en un campo de ruinas y con casi un millón de desplazados, se enfrenta al gigantesco desafío de la seguridad, la reconstrucción y la reconciliación.

El Telégrafo

La Ciudad Vieja, joya de Mosul, quedó devastada. El minarete inclinado Al Hadba (el ‘jorobado’), emblema de esta localidad pulverizada por el EI, no es más que un recuerdo estampado en los billetes de 10.000 dinares iraquíes ($ 8,55).

Las ruidosas callejuelas milenarias se han convertido en un dédalo silencioso de piedras y hierros, jalonado por montañas de escombros, cráteres y armazones de coches de los cuales se desprende el olor pestilente de los cadáveres.

“El precio de la libertad es muy alto”, afirma Omar Fadel con un suspiro. “Perdimos nuestras casas, nuestro dinero y, sobre todo, a las personas, a los seres queridos”, lamenta este empleado de los servicios de salud municipales que hace un mes volvió a su barrio.

“Mosul constituye el mayor desafío de estabilización que afronta la ONU debido a su escala, su complejidad”, explica la coordinadora humanitaria de las Naciones Unidas para Irak, Lise Grande. Según evaluaciones preliminares, de 54 barrios residenciales, 15 fueron destruidos, 23 sufrieron daños moderados y 16 leves.

En ocho meses de combates, 948.000 personas huyeron de sus casas. Como Omar Fadel, algunos ya volvieron. Pero 320.000 siguen en los campos de desplazados y 384.000 en casas de conocidos o en mezquitas, según la ONU, y viven gracias a la ayuda humanitaria y a la solidaridad local.

 

Fuente: El Telégrafo