Con su marcha, la improvisación libre dice adiós a una de sus leyendas, a uno de los últimos supervivientes de los tiempos heroicos en los que un puñado de intérpretes derribaron las estructuras y ya nunca más volvieron su vista al campo quemado de las convenciones rítmicas y melódicas.
Nacido en Nueva York en 1929, Taylor se disputa en los libros de historia con aventureros como Lennie Tristano, Ornette Coleman y Sun Ra la introducción de la atonalidad y la paternidad de aquello que tuvo que bautizarse en los sesenta como free jazz (o new thing), a falta de un calificativo mejor. El debut del pianista, grabado para el sello de nombre profético Transition, llegó en 1956 en Boston, ciudad a la que se había mudado a principios de esa década.
Titulado muy apropiadamente Jazz Advance, se escuchó entonces como el temprano grito de una aguerrida vanguardia. Hoy, a diferencia de mucha de su producción posterior, no apta para espíritus débiles, suena con el aroma de los clásicos.
Desde fines de los años sesenta, Taylor comenzó a hacer conciertos de piano solo, en los que mostró una fortaleza sobrehumana y una atlética agilidad sobre el teclado. Algunos de sus admiradores del ámbito del rock alternativo, como Kim Gordon, de Sonic Youth, o las bandas Deerhoof, Superchunk o Yo La Tengo, lamentaron en la madrugada del viernes su muerte.
Así también recibió numerosos mensajes de músicos y críticos con Ted Gioia, quien mediante un tuit lo consideró «uno de los innovadores de la música moderna».
Fuente: El Telégrafo