Don Ramón -como le llaman sus allegados- le imprime celeridad a sus labores, pues hasta el sábado debe tener empaquetados centenares de dulces que el domingo exhibirá y venderá en la feria del centro del cantón Rocafuerte donde ha pasado toda su vida.
Con la habilidad que le ha dado la experiencia de 40 años ininterrumpidos en esta actividad ha colocado sin ningún tipo de molde unas 70 pequeñas masas en una bandeja de lata que mete al horno. Al cabo de unos 30 minutos estarán listas las galletas de coco, que son unas de las preferidas de sus clientes, dice.
“Estamos saliendo adelante con mucho esfuerzo y el apoyo de autoridades”, confiesa este hombre de 51 años y padre de cinco hijos, quien aprendió el oficio de su padre y abuelos.
El artesano cuenta que la tradición de la elaboración de los dulces nació de hace décadas cuando a Rocafuerte llegaron unas religiosas de las Madres Oblatas que elaboraban manjares, alfajores y mermeladas e involucraron en esta actividad a los habitantes del cantón, quienes a su vez transmitieron sus conocimientos de generación en generación.
Y así los lugareños hicieron suyo este oficio y lo mantienen hasta la actualidad. Aseguran que la elaboración de dulces artesanales es propia de Rocafuerte, cantón Manabita, ubicado a 360 kilómetros al suroeste de Quito, localidad que resultó golpeada por el movimiento telúrico de 7,8 grados de magnitud.
Sus habitantes se autodenominan como la capital dulcera artesanal de Ecuador, pues el 70% se dedican a esta actividad, la principal que mueve la economía.
Los días posteriores al potente terremoto fueron duros para los dulceros porque el turismo se alejó, la gente tenía otras prioridades de conseguir agua, alimentos, medicinas, recuerda Conchi Solórzano, coordinadora de la Asociación de Productores de Dulces Artesanales.
No obstante, los días difíciles han pasado, la actividad económica se va reactivando con la llegada nuevamente de clientes y turistas, gracias a las ferias impulsadas por el Ministerio de Industrias y Productividad (MIPRO), el Consejo Provincial de Manabí y el municipio local, reconoce Solórzano.
El sismo no fue solo un sacudón de la tierra sino en las aspiraciones de los dulceros, señala la dirigente, pues a partir de ese momento los socios de la asociación se motivaron para organizarse y trazarse objetivos para crecer económicamente.
Una de las primeras metas es obtener el registro sanitario, a fin de llegar con su producción a las principales cadenas de alimentos del país.
Pero el objetivo macro es concretar financiamiento para el proyecto de una planta con maquinaria que les permita incrementar la producción y así abastecer los pedidos del mercado nacional e internacional, manifiesta convencido don Ramón, quien en esta semana fue elegido presidente de la organización para que cumpla esas metas.
Por el momento, Hondina Delgado, una dulcera con 35 años de experiencia, es la primera que ha obtenido el registro sanitario para sus productos.
Luego del terremoto, sus delicias llegan hasta una importante cadena estadounidense de comidas rápidas, lo que le ha permitido subir su producción en un 70% y al mismo tiempo dar empleo a unas 15 personas para poder cumplir con sus pedidos.
En su dulcería Los Almendros, ubicada al filo de la vía a Tosagua, comercializa sus 50 variedades de productos, que van desde helados de manjar hasta dulces de coco, limón relleno de manjar, huevo mollo, entre otros productos típicos que tienen acogida entre los turistas.
Delgado asegura que luego del terremoto las autoridades del gobierno y seccionales los han ayudado para participar en ferias, incluso este fin de semana estará en Quito promocionando sus manjares.
Hondina Delgado elabora 50 variedades de dulces en su negocio Los Almendros. Foto: Jorge Barona/Andes
“Ha sido muy importante el apoyo del MIPRO y las autoridades manabitas, ellos nos han invitado a ferias en las principales ciudades del país y los resultados se están dando con una mejora en nuestra economía. Nunca nos abandonaron”, dice agradecida la microempresaria.
En su taller ubicado en la parte posterior de su negocio están quince jóvenes, quienes al ritmo de una bachata y entre bromas, hacen las mezclas, cocinan el coco, baten la leche, la harina y van dando forma a los dulces que llegarán a una infinidad de destinos.
La tragedia del 16 de abril no los derrumbó y reconocen que la dulzura no está en un bocado, sino en la vida misma y en la lucha por salir adelante.