En la víspera del encuentro entre Donald Trump y Xi Jinping, el régimen de Kim Jong-un disparó al Mar del Este (Mar de Japón) lo que parece ser un misil balístico Pukguksong-2 (Estrella polar-2, en coreano) desde Sinpo (costa oriental), confirmaron los ejércitos surcoreano y estadounidense.
El Gobierno de Seúl, que sigue técnicamente en guerra con su vecino desde hace más de 70 años, tildó la acción de violación «descarada» de las resoluciones de la ONU.
El misil voló unos 60 kilómetros y alcanzó una altura máxima de 189 kilómetros tras un lanzamiento realizado aparentemente con un ángulo muy vertical que podía haber tenido como objetivo medir el rendimiento del mecanismo de eyección de la lanzadera y de los motores del proyectil.
Los avances de Pyongyang en el terreno armamentístico se han acelerado desde la llegada de Kim Jong-un al poder, hace cinco años, con nuevos y mejorados misiles y sistemas de lanzamiento y también con bombas atómicas más potentes, aunque aún muy por debajo de las capacidades de los Estados nucleares.
El Gobierno chino volvió hoy a pedir prudencia a todas las partes, sin condenar directamente la última prueba de Pyongyang, y descartó que la acción guarde «relación directa» con el primer cara a cara entre Xi y Trump en Florida (EEUU).
Pese a las palabras de Pekín, el lanzamiento centrará aún más si cabe la atención en Corea del Norte en la reunión en Mar-a-lago.
Previsiblemente, Trump insistirá con más énfasis aún en lo que Washington ha dicho en las últimas semanas: que su paciencia con los continuos ensayos de armas norcoreanos se ha agotado y que empezará a actuar unilateralmente si China no aplica con mayor dureza sanciones y resoluciones de la ONU.
Más allá de la influencia política que Pekín pueda ejercer sobre Pyongyang, Trump quiere sacar a colación la total dependencia económica que Corea del Norte tiene con China y la importancia de que empiece a hacer uso de esta posición para ahogar económicamente al régimen y a sus programas nuclear y de misiles.
El comunicado que hoy emitió el secretario de Estado, Rex Tillerson, no pudo ser más claro y conciso a la hora de insistir en el hartazgo de Washington con el actual statu quo: «EEUU ya ha hablado suficiente sobre Corea del Norte. No tenemos nada más que añadir».
Tillerson ya advirtió en su vista a Seúl el pasado marzo de que EEUU va a dejar atrás la llamada «paciencia estratégica» de la era Obama y que baraja otras vías.
De momento planea endurecer las sanciones financieras que ya activó la anterior Administración contra el régimen, algo que Pyongyang minimizó en la víspera y calificó de medida desesperada.
Potencialmente más efectivas podrían resultar las llamadas «sanciones secundarias», una posibilidad que Washington viene insinuando y que pasaría por bloquear transferencias y activos de las numerosas empresas chinas que pese a las sanciones de la ONU aún comercian con Corea del Norte, que obtiene así fondos para armas.
El misil Pukguksong-2 lanzado hoy es un buen ejemplo de los progresos que Pyongyang viene cosechando en el terreno militar.
Este proyectil, también conocido como KN-15 y con un alcance estimado de hasta 3.000 kilómetros, fue probado por primera vez el pasado 12 de febrero en la base aérea de Panghyon (noroeste del país) y logró recorrer unos 500 kilómetros.
El misil se lanza con una plataforma móvil que al parecer es de fabricación enteramente norcoreana (a diferencia de anteriores modelos chinos modificados) y emplea un sistema de lanzamiento «en frío» (se usa gas para la eyección en vez de la ignición de los motores), lo que da muestras de una creciente sofisticación.
La de hoy es la cuarta prueba balística que Pyongyang realiza en lo que va de año y tras la llegada de Trump a la presidencia, a lo que se suman un número récord de lanzamientos de misiles y test atómicos en 2016 con los que el régimen ha subrayado su intención de apostar por la disuasión nuclear para garantizar su supervivencia.
Precisamente imágenes tomadas recientemente por satélites muestran un incremento de la actividad en su base de pruebas nucleares de Punggye-ri, lo que apunta a que el régimen podría estar preparando su sexta prueba nuclear subterránea.