¿Qué puede hacer la gente para controlar sus gastos? Si uno hace esa pregunta, en la mayoría de casos, las respuestas se repiten. Hacer un presupuesto y respetarlo, reducir el gasto para que no exceda los ingresos y monitorear las compras para no salirse de los límites. Muy a menudo, sin embargo, cuando las familias tratan de seguir tales pasos, fallan. ¿Por qué?

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Los investigadores recién empiezan a comprenderlo y las respuestas parecen tener más que ver con los impulsos psicológicos y con defectos que nos cuesta reconocer y superar en nuestras vidas.

La configuración mental de las personas, por ejemplo, es excelente para pronosticar los ingresos, pero terrible a la hora de imaginar los gastos futuros, lo que nos lleva a hacer presupuestos irrealistas. La forma en que pensamos acerca de nuestros recursos emocionales también importa. Si las personas consideran que la fuerza de voluntad es limitada, sienten que necesitan recompensarse con cosas como compras por impulso cada vez que cumplen un objetivo.

A continuación les presento un vistazo a los hallazgos científicos sobre nuestros impulsos ocultos relacionados al gasto y el ahorro y cómo podemos corregir algunos de nuestros errores más graves.

1. Los gastos futuros

Las personas son terribles a la hora de calcular sus egresos. Según un estudio publicado en la revista especializada Organizational Behavior and Human Resources Processes, los seres humanos utilizan un razonamiento excesivamente simplista que se concentra demasiado en los ingresos para calcular desde la cantidad de agua en una tina hasta los gases de efecto invernadero en la atmósfera.

Eso tiene grandes repercusiones sobre la forma en que trazamos nuestros planes financieros. Según un estudio del Centro de Estudios de Toma de Decisiones Financieras de la Universidad de Colorado, cuyo equipo estudió el fenómeno en un estudio próximo a publicarse en la revista Journal of Marketing Research, la gente piensa en sus ingresos, pero no se concentra en el aumento de sus gastos y esto los hace pensar que pueden costear gastos que en la práctica son impagables. Así es como las personas terminan comprando una casa o un auto que, en última instancia, no pueden pagar.

De ahí que sí, es fundamental hacer un presupuesto. Cuando las personas dependen de impresiones subjetivas sobre sus finanzas y parece posible que pueden pagar todo, entonces gastan. Cuando elaboran un presupuesto, es mucho más probable que decidan recortar gastos deseables, pero prohibitivos.

2. El costo de sentirse bien

Para muchas personas, un plan financiero significa concentrarse en lograr un objetivo: mantener, y aumentar, una cierta cantidad de ahorros. Es un propósito loable. Pero algunos estudios recientes sugieren que puede ser contraproducente y hacer que la gente gaste más de lo debido.

Según la Escuela de Negocios Booth de la Universidad de Chicago, ahorrar genera una sensación de responsabilidad financiera. No obstante, ese deseo podría hacer que la gente se endeude a tasas altas de interés para seguir ahorrando y sintiéndose bien. Por eso se recomienda que los consumidores se fijen en el cuadro general, en lugar de considerar cada decisión desde la óptica de preservar sus ahorros.

3. No gaste como recompensa

Los estudios han hallado que algunas personas imaginan la fuerza de voluntad como un recurso limitado que se agota con facilidad, mientras que otros lo ven como algo abundante que no se acaba. Eso produce comportamientos muy distintos durante los momentos difíciles. Quienes piensan que la fuerza de voluntad es limitada creen que merecen una recompensa por exhibirlo, mientras que quienes lo consideran un recurso inagotable no sienten tal necesidad.

Quienes están en la primera categoría tienden a recurrir a premios que no son saludables, como consumir comida chatarra, dilatar las decisiones y gastar más de la cuenta. Esos son los resultados de una investigación realizada en 2015 por un equipo de las universidades de Stanford y Zúrich.

4. El estado anímico

Cuando la gente está triste, sus hábitos financieros se deterioran. Cuando están felices, mejoran. Según un estudio realizado entre 4 500 consumidores holandeses y publicado por el Journal of Economic Psychology, las personas que no son felices ahorran menos, gastan más y tienen una mayor propensión al consumo. Quienes están felices, en cambio, están más orientados al futuro y persiguen metas que los beneficiarán a largo plazo.