Hay divisiones en Alianza País (AP), hay posturas distintas que veo muy difícil de que vuelvan a comulgar», confiesa en una entrevista con la Agencia EFE en la que reconoce las «fisuras», porque no hacerlo «sería una irresponsabilidad, una falsedad».
De 39 años, también ministra de Vivienda, Vicuña ha quedado en el frente de la política nacional desde que el presidente Lenín Moreno le encargara el 4 de octubre la Vicepresidencia temporal de la República, tras la prisión preventiva impuesta al segundo mandatario titular, Jorge Glas, por sospechas de corrupción.
Vigorosa en forma y estilo, esta psicóloga se asienta políticamente sobre dos de los proyectos bandera de Moreno: «Casa para todos» y la consulta popular, con la que aspira a obtener el apoyo del pueblo a sus políticas y refrendar su legitimidad frente a las críticas desde los sectores más correístas del partido, en referencia al expresidente Rafael Correa.
Vicuña cree que el éxito de la misma no vendrá del resultado, sino de la convocatoria del proceso en sí. «No creo que aquí haya ni ganadores ni perdedores, hay un proceso ciudadano en el que la gente se pronuncia a favor o en contra, es su derecho», apunta.
Una consulta que sin embargo desafía algunas de las pautas del anterior Ejecutivo, presidido por Rafael Correa, como la reelección indefinida, la ley de plusvalía o la reestructuración del Consejo de Participación Ciudadana.
Todos ellos polémicos asuntos que ahondaron el cisma en la sociedad ecuatoriana. «El 2 de abril (día de los comicios presidenciales) los resultados electorales no fueron los que históricamente ha tenido el proceso de la revolución ciudadana», explica Vicuña con un espíritu de autocrítica poco frecuente en las filas de AP y que atribuye al «desgaste del ejercicio del poder» y «algunos escándalos de corrupción».
También, a «una barrera que generó que no se tendieran puentes con algunos sectores» de la sociedad.
«Ejercicios de autocrítica» que ve «indispensables» en un proceso como el de la revolución ciudadana, el movimiento que a partir de 2006 unió a la izquierda ecuatoriana bajo el mando de Correa, actualmente residente en Bélgica.
Y aunque reafirma que el exmandatario tuvo un «indiscutible liderazgo», hoy le recrimina a él y a sus seguidores, entre ellos Glas, aunque sin nombrarlos, la cadena de ataques políticos que ha llevado al movimiento a su actual crisis, con un severo fraccionamiento entre dos bloques.
El jueves, rodeada de once ministros, Vicuña saltó a la palestra para defender al Gobierno de las declaraciones de aquellos «líderes nacionales» que «evidentemente no responden a la verdad y al sentir mayoritario de las bases».
«Era un mensaje necesario el reiterar que el Gobierno de Moreno es el gobierno de AP, que nació y se construyó con el apoyo del pueblo en las urnas», valoró sobre las continuas acusaciones correístas de que el presidente se ha apartado de la «revolución ciudadana».
E insiste que «acusar» al Gobierno de Moreno de estar «entregado a la partidocracia, a la derecha (..) no solo que no es cierto sino que (..) precipitó una ruptura por parte de cierta dirigencia al más alto nivel».
«Me parece una irresponsabilidad política frente a una coyuntura compleja», dice de esos dirigentes, a los que acusa de no dejar gobernar a un Ejecutivo que es «genuinamente AP».
Activista desde principios de la revolución y legisladora de 2009 a 2017, Vicuña defiende a capa y espada las políticas de diálogo amplio emprendidas por Moreno, en la convicción de que toda revolución tiene unos ciclos y que es preciso «retornar al espíritu de Montecristi» (la Constitución de 2008) para preservar la «revolución ética».
«Una revolución solamente es verdadera si está en permanente evolución (..) no puede estancarse. Tiene que adecuarse a los procesos sociales que son absolutamente dinámicos, al igual que la democracia y la política.
Son procesos vivos que responden a las realidades sociales de los distintos momentos de la historia», dice. Preguntada sobre la posibilidad de una ruptura efectiva en AP, responde -en términos generales- que «es una posibilidad real en todo proceso y organización política», que «no sería ni la primera ni la última vez», y se define como uno de esos «necios» que aun confían en la unidad. Una unidad que, en este nuevo ciclo revolucionario, debe buscarse a su juicio dentro de todo Ecuador porque el «proceso de diálogo (de Moreno) ha dado resultados importantes y permitido acercar a sectores que por diversos motivos se alejaron» de la ruta de la revolución.
«Si finalmente hay un grupo de compañeros, o muchos compañeros, que deciden no estar en esa línea, es nuestro pleno derecho decidir dónde debemos militar», sentencia al pedir un fortalecimiento y democratización del movimiento.
Eso, y que dejen de ponerle «nombre y apellido a un proceso transformador» que, asegura, no es ni de Correa ni de Moreno: «¡Pertenece a todo un pueblo!».