Sentimientos contradictorios invaden a Rocío Basantes, de 36 años. Por un lado es la profesional que recién terminó su posgrado en medicina crítica y a quien le ilusiona poner en práctica lo aprendido.
Por otro, es la mamá de Eithan, de 4, y se siente impactada al ver, por ejemplo, que una joven contagiada con covid-19 fallece, a horas de haber dado a luz.
Desde que la pandemia se empezó a sentir en Ecuador, con el primer caso confirmado el 29 de febrero, el Ministerio de Salud ha contratado a 2 273 profesionales de varias ramas.
En especial a médicos generales (862) y también a enfermeras (856). En ellos, así como en epidemiólogos, laboratoristas, tecnólogos y más personal de apoyo se invierten al mes USD 4 264 256,35, según detalló la Cartera.
Rocío se formó como especialista en el Hospital Carlos Andrade Marín, del Seguro Social; ahí completó su último turno el jueves. Se enteró de que había vacantes en el Eugenio Espejo, dejó su carpeta y fue contratada enseguida; empezó el 1 de julio.
Así que por un mes hizo doble esfuerzo en ambas casas de salud. “Voy a ganar USD 1 600. Aún no cobro mi primer sueldo. No sé cuánto durará mi contrato”, comentó la médica, que vive con su hijo y sus padres.
Como todo ser humano -apunta- siente temor de contagiarse. En los turnos de 24 horas (que hace cada quinto día en el Espejo) se encomienda a Dios, para que le ayude a estabilizar a los pacientes.
Algunos entran a emergencias covid-19 despiertos, pero con serios cuadros de insuficiencia respiratoria. Se les da analgésicos, se les intuba y se les pone ventilador, relata.
En las guardias, la vocación, pero también la fortaleza de estos médicos -que le dijeron sí al riesgo de contagio- se prueba. Dailin Viel es una especialista en cuidados intensivos de 46 años, que lleva seis en Ecuador.
Y dos meses en el área de emergencias del Hospital Pablo Arturo Suárez. Desde marzo, esa casa de salud se concentra en casos de coronavirus. La médica cubana a veces siente impotencia y frustración por conocer a pacientes que llegan y de pronto desmejoran y fallecen.
Le ayudó mucho ser parte de una terapia grupal, en la que se desahogó junto a sus colegas. Una psicóloga, relató Dailin, logró que se dieran cuenta de que hacen todo lo que está en sus manos.
“Tenemos experiencia y vocación para salvar vidas. Si algunas personas mueren, no es por falta de acciones del equipo médico”. En mayo, Diego Guaquipana, de 28 años, también se sumó a los contratados por Salud (al menos hasta diciembre), para encarar al coronavirus en primera línea.
Tuvo que acudir a teleasistencia psicológica porque al contagiarse enfrentó cargas no solo físicas sino mentales; ocurrió la última semana de junio y se reintegró recuperado el 20 de julio.
En Ecuador, 2 051 médicos y más trabajadores de la salud se han infectado con el SARS-CoV-2, según el Ministerio. De ellos, 267 son de Quito y 468, de Guayaquil.
Esto de un total de 69 368 funcionarios. Según el ministro Juan Carlos Zevallos, se contratará a 504 profesionales de la salud más; de ellos 139 enfermeras, ya que hace falta un relevo.
“El personal médico -anotó- está agotado, debe descansar”. Sin embargo, para Santiago Carrasco, presidente de la Federación Médica Ecuatoriana, es más que eso. La emergencia sanitaria, sostuvo, únicamente desnudó la crisis por falta de personal. Y criticó el decreto 813, del 2011, a través del que se separó a un buen número de profesionales de la salud, con renuncias obligatorias.
“Lo que más se requiere ahora es activar la atención primaria (centros de salud); ahí es donde debemos contener esta pandemia”, indicó Carrasco.
El médico general Guaquipana trabaja como residente del área de covid, del octavo piso de neumología, en el Eugenio Espejo. A la par cursa el segundo año (son cuatro) del posgrado de Otorrinolaringología, en el Hospital Militar.
Por lo que hace doble turno. La pandemia le dejó sin más opción que buscar un ingreso para pagar su posgrado. Necesita reunir USD 4 070 hasta septiembre. “Ya he ahorrado más del 70%”, contó.
Sus padres y hermanos costeaban sus estudios, pero las restricciones a la movilidad hicieron que sus negocios en Guaranda tuvieran que permanecer cerrados. Por lo que no pueden ayudarle.
Al trabajar con pacientes con covid-19, en el Espejo, Diego hace turnos en jornadas, que comienzan a las 07:00 de un día y terminan a las 11:00, del siguiente.
Descansa tres días. Para este médico, lo más duro es tratar a los adultos mayores contagiados. “Son personas que ya ni pueden caminar, no salían para nada de sus domicilios. Entonces en mi mente siempre aparece la pregunta: ¿de quién fue la culpa de que hayan llegado hasta acá?”.
Los profesionales que aceptaron batallar con el SARS-CoV-2 sienten que es un enemigo misterioso. “Me dolió ver morir a una mujer, de 40 años, con tres niños, aparentemente sin comorbilidades (otras enfermedades). No resistió”, recordó Jonathan Araujo, neumólogo de 35 años, que lleva un mes trabajando en el Hospital Pablo Arturo Suárez.
Para su compañera, Dayana Mediavilla, enfermera de 25 años, fue un reto aceptar cuidar a pacientes con covid-19. Como los demás, ha aprendido a ver escenas muy duras y a fortalecerse con las alegrías que causan las recuperaciones.
Fuente: El Comercio – Nota Original : LINK