Un Jesús negro nacido en la favela, homenajes a indígenas y a mujeres que sufrieron la esclavitud: este carnaval reivindicativo logró además reafirmar su barroquismo pese a la pérdida de los subsidios ordenada por el alcalde evangélico de la ciudad y a la «guerra cultural» desatada por el gobierno de Jair Bolsonaro.
Con mucha purpurina, carrozas alegóricas, miles de integrantes y una poderosa batería de percusión, trece ‘escolas’, con cerca de 3000 integrantes cada una, disponen de 60 a 70 minutos para recorrer los 700 metros del Sambódromo y encantar a los jurados y a 70 000 espectadores, en una fiesta que se extiende durante dos noches hasta el alba.
La primera en desfilar fue Estacio de Sá, con un «enredo» (tema) que rindió homenaje a la piedra, una materia vinculada a las grandezas y miserias del país. Espectaculares escenografías ilustraron el expolio de las riquezas mineras (simbolizado por dragones que se tragan las rocas) o la fiebre del oro durante los años 80 en Sierra Pelada, que se saldó con un desastre humano y ambiental.
Le siguió Viradouro, con un homenaje a la resistencia de mujeres esclavas en este país donde la esclavitud perduró hasta fines del siglo XIX. En la primera carroza, una sirena negra con una larga cola dorada nadaba en un acuario de 7000 litros de agua mineral.
Fuente: El Universo, nota original aquí: LINK