Los 480 niños de 0 a 12 años que se encuentran en los 3 albergues de Pedernales están contentos porque se enteraron de que, con ocasión del Día del Niño, tendrán una fiesta. El personal de los ministerios de Inclusión Económica y Social (MIES), de Salud, Fuerzas Armadas, Aldeas Infantiles SOS y voluntarios preparan los festejos, que consistirán en jornadas deportivas, juegos, bailes, piñatas, dulces, pastelitos y los payasitos.
“Yo me voy a disfrazar de Rey León y les voy a defender a mis amigos”, cuenta emocionado Verdy, un niño de 5 años, mientras que su amigo Luis, de 6 años, se ríe y le invita más bien a jugar pelota. La felicidad de estos niños y la de los otros es momentánea, porque cuando escuchan un ruido, un golpe fuerte o se cae algo, corren, buscan refugio en sus padres, lloran, gritan y hasta se orinan. “El día de las réplicas (18 de mayo) fue horrible. Tenía a mi cargo 25 niños y el rato del susto las madres no aparecían y yo con mucho miedo y lleno de niños.
Todos me abrazaron y gritaban, por lo que tuve que sacar fuerzas para tratar de protegerlos a todos”, recuerda la parvularia Ingrid Intriago, del Albergue Nuevo Terminal. El sicólogo argentino Máximo Agüero, coordinador de Protección de Aldeas Infantiles SOS, señala que la situación de los niños es un asunto muy delicado. Detrás de cada uno hay una historia y un diferente nivel de trauma, producto de los duros momentos que vivieron. “Me parece que hay que trabajar en lo integral, no solo con los niños, sino con las familias, porque son la fortaleza de ellos”.
“Hay que identificar los casos uno por uno para saber quiénes necesitan de tratamiento sicoterapéutico avanzado, medio y sencillo. Son estrategias que se puede implementar para superar el trauma”, afirma el especialista. Y añade que el grado de afectación que tengan los niños no se puede identificar tan pronto, sino con el tiempo, ya que las primeras acciones son para tratar de apaciguar la angustia y ansiedad a fin de que olviden. “Los tratamientos son diferentes en cada persona, porque reciben de distinta manera los malos momentos.
En unos puede ser cuestión de días, en otros de meses y hasta años, porque pueden marcar sus vidas”, dijo Agüero, al insistir en que es un asunto complejo y delicado. Para él, lo que se está haciendo está bien y es el tratamiento grupal y también individual, con lo que se supera el momento y se va preparando el camino a seguir en cada caso.
Nelly Márquez, coordinadora del albergue Nuevo Terminal, conoce el problema que enfrentan los niños y las repercusiones que pueden traer con el tiempo, por lo que han solicitado y han conseguido la participación inmediata de personal del Ministerio de Salud. En el albergue de Márquez hay una situación especial. Se trata del niño Antony, de 3 años, quien se encuentra completamente afectado.
“No come, solo pasa acostado o durmiendo, se despierta con gritos y lo que es peor, su madre también está afectada, a más de ser una persona con discapacidad”, cuenta la funcionaria. En este caso, el niño es trasladado con frecuencia al hospital de Jama para que reciba atención médica directa y completa. Con mucha pena, Márquez reconoce que tomará tiempo la recuperación del menor, pero aclara que no se dejará de ayudar ni al niño ni a la madre.
Ana Reina es coordinadora del Albergue Pedernales 1, en donde se encuentra la mayor cantidad de niños: 276. La delegada del MIES agrega que para los menores han ubicado espacios lúdicos, canchas deportivas, zonas para que puedan disfrutar de la proyección de películas y eventos, para que estén ocupados y contentos. Pese a que no conocen lo delicado de la situación, padres de familia se muestran conformes y contentos por la forma cómo se trata a sus hijos en los albergues.
A Antonia Noralma, madre de una niña de 3 años, le preocupa que su pequeña está con gripe, “pero ya me dieron medicación y está recuperándose”. La señora cuenta una anécdota. Cuando ocurrió el terremoto su hija se puso alegre “brincaba, saltaba, se reía, creo que se imaginaba estar en un columpio”, y lo mismo ocurrió en las réplicas. Eduardo Rodríguez, en cambio, vive una situación diferente. Perdió su casa, en la vía a Cojimíes, por lo que se fue con su esposa y 4 hijos, de 3, 6, 9 y 15 años a Machala. Pero volvió luego de las réplicas por temor a que lo que quedaba de su casa sea saqueado.
Ya lleva 8 días en el albergue y de sus 4 hijitos, 2 no están bien, ya que tienen miedo a los ruidos, a la bulla y siempre quieren estar junto a sus padres. “Es por eso que ahora no me fui a barrer las calles en donde la fundación taiwanesa nos paga $ 15 por 4 horas de trabajo. Eso me sirve de mucho, aunque ya estoy buscando trabajo”, manifiesta. Eduardo agradece porque ahora tiene “la comidita y dónde dormir. Pero esto no es para siempre y tengo que ver qué hago. Estoy tranquilo y espero estar unos meses”.
Mientras las clases formales inician, los voluntarios buscan la manera de distraer a los niños. Una herramienta es el juego. Las actividades se realizan en las mañanas, antes del almuerzo y después de la merienda. Los menores corren, ríen, hacen rondas infantiles y juegan fútbol. Y así seguirán hasta que estén en los albergues.