Duque, quien a sus 42 años es el presidente surgido de las urnas más joven en la historia de Colombia, enfrenta ahora la tarea de seguir implementando el histórico acuerdo con las FARC que puso fin a medio siglo de conflicto armado, pero que aún no se consolida del todo. También tendrá que vérselas con el aumento en la producción de coca y de cocaína, que ha tensado las relaciones con su aliado Estados Unidos, y negociar la paz con otra guerrilla, el Ejército de Liberación Nacional.
“Ha llegado el momento en que todos nos unamos para enfrentar la ilegalidad”, afirmó Duque en su discurso inaugural ante más de una docena de jefes de Estado, en el que prometió combatir con más firmeza a la delincuencia común, a los narcotraficantes y a otros grupos armados.
El nuevo mandatario dijo creer en la “desmovilización, el desarme y la reinserción de la base guerrillera” a la sociedad estipulados en el acuerdo con las FARC, pero añadió que se harán cambios para que las víctimas del conflicto cuenten con “reparación moral, material y económica por parte de sus victimarios” después de un conflicto que dejó al menos 260.000 muertos, unos 60.000 desaparecidos y millones de desplazados.
En otra concesión a los conservadores que han exigido términos de negociación más duros con los grupos rebeldes, Duque dijo que promoverá una reforma constitucional que le imposibilite al gobierno otorgar amnistía a individuos que han estado involucrados en narcotráfico y secuestros.
Duque tendrá que encabezar las negociaciones de paz con el ELN, una guerrilla de unos 2.000 combatientes que inició conversaciones con su predecesor Juan Manuel Santos. Dijo que el diálogo con este grupo girará en torno a si cesa sus ataques contra las fuerzas armadas de Colombia y acepta monitoreo internacional.
“Debemos tener claro la importancia de contar con una cultura de la legalidad”, afirmó Duque desde un amplio escenario azul en la plaza pública más grande de Bogotá.