El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, demostró con el lanzamiento de 59 misiles a una base aérea en Siria, que es capaz de cambiar de opinión. Y rápido.

EFE

Luego de mantener un discurso aislacionista durante toda la campaña, luego de repetir que de nada serviría a los Estados Unidos entrar en el conflicto sirio, Donald Trump decidió tomar la dirección contraria. Sin avisar a nadie más que a Vladimir Putin, desató una lluvia de Tomahawks sobre el régimen de Bashar al-Assad.

Trump tomó esta decisión pese a que el jefe de su Departamento de Estado, Rex Tillerson, dijo apenas unos días antes que ya no buscarían un cambio en Damasco y que básicamente, al-Assad contaba con el beneplácito de Washington. A Trump tampoco le importó que Putin fuera el más poderoso aliado de Siria. Hay que decir que Rusia ha volcado su apoyo militar al régimen de al-Assad y a Trump parece convencerlo el argumento de Moscú de que una Siria bajo ese control despótico facilitará atacar al Estado Islámico, el enemigo que tanto Putin como Trump han jurado destruir.

Así las cosas, al-Assad debe haber creído que tenía carta blanca para hacer lo que le daba la gana y atacó con gas sarín a una provincia considerada refugio de rebeldes. Seguramente confiaba que Occidente no haría nada al respecto, pero se topó con Trump y lo encontró de mal humor. En un arranque impredecible, el nuevo presidente de Estados Unidos cambió de discurso y de política y decidió que era hora de mandarle un mensaje balístico a Damasco.

Está claro que al nuevo inquilino de la Casa Blanca le convenía la maniobra. Con un bajísimo nivel de popularidad, luego de la derrota de la propuesta de salud republicana y especialmente, con una investigación del FBI a cuestas sobre los vínculos de varios asesores suyos con el gobierno de Putin, el timonazo le cayó de perlas.

Trump sacó de los titulares el escándalo de sus vínculos con Rusia, se demarcó de Putin, por si alguien dudaba que podía hacerlo, y le envió 59 razones al resto de gobernantes del mundo para que no le busquen pleito. No le pidió permiso al Congreso ni a la ONU ni a sus aliados de la OTAN. Y desde luego, nadie se ha quejado en voz alta, salvo el Jefe de Estado ruso.

La Casa Blanca ha asegurado que su ataque al régimen de al-Assad fue puntual: una respuesta al uso de armas químicas. De ahí que sea muy temprano para prever las consecuencias que esta decisión tendrá en la región más explosiva del mundo.

Entre tanto, el timonazo del nuevo presidente de los Estados Unidos tiene un efecto temporal y uno duradero. Por el momento, Trump parece haber roto con el aislacionismo y de forma permanente, ha confirmado que con el mismo dedo que tuitea, pone primera, pone reversa o detona su arsenal.