Esta obra es parte del recorrido de la calle de las Siete Cruces, construida por los españoles, con el fin de recordar a nuestros indígenas la instauración de la visión religiosa occidental. Bajo él los indígenas se cubrían de la lluvia para escuchar misa en el Carmen Antiguo. El arco fue dedicado a la Virgen María.

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Dos arcos bolados de cal y canto construidos en 1727 unen dos hitos del casco histórico de Quito: hacia el Occidente, el ala norte del Museo de la Ciudad y hacia el Oriente, el monasterio del Carmen Antiguo. Estas dos curvas, de casi 300 años, enmarcan hacia el fondo la loma de El Panecillo y a la Virgen alada de Quito.
El arquitecto José Jaime Ortiz, autor de varias edificaciones del Centro Histórico, construyó algunos arcos en la ciudad antigua: uno es el de La Loma, ubicado en la iglesia de Santo Domingo, y otro, el de Santa Elena, edificado en la calle Mejía, pero derrocado en 1865. Sobre este último se basó el diseño original del Arco de la Reina, que en realidad debió levantar dos arcos: uno sobre la calle García Moreno y el otro sobre la Rocafuerte, idea que nunca se constituyó como tal.
Las cuatro esquinas del Arco de la Reina representan la esencia del Centro Histórico. La estética de las construcciones de siglos pasados prima en los edificios principales de las dos calles. El claustro de las Carmelitas ofrece al público los dulces de antes, vino de consagrar, hostias y otras delicias quiteñas.
Allí mismo, frente al convento del Carmen Antiguo (1702), construido en el terreno de la casa de la primera santa del Ecuador, Mariana de Jesús, está el antiguo Hospital Santa Misericordia de Nuestro Señor (1565), luego llamado San Juan de Dios, hoy una edificación recuperada para el funcionamiento del Museo de la Ciudad. Más abajo, algunas construcciones del mismo siglo son testigos de la vida comercial que sucede en la calle Rocafuerte, en donde está también el edificio de la antigua Dirección Nacional de Estancos, institución desaparecida hace ya algunas décadas.