Exactamente ocho meses después de ese 13 de noviembre, en el que Italia quedó eliminada en la repesca mundialista contra Suecia, este país vive con pena y sufrimiento la cuenta atrás para el inicio del torneo.
Si normalmente los primeros días de junio de los años de los Mundiales se solían vivir con entusiasmo, ilusión y mucha expectación para el debut de los «azzurri», esta vez esas sensaciones han dejado paso a los remordimientos.
Y es que tras la amarga decepción sufrida en las primeras semanas sucesivas a la repesca contra Suecia, en la que Italia sucumbió al caer 1-0 fuera de casa y al empatar 0-0 en San Siro, los aficionados «azzurri» habían empezado a digerir ese fracaso.
El intenso calendario deportivo, con la pelea entre Nápoles y Juventus por el título de la Serie A (Primera División) y el camino de los grandes de Italia en la Liga de Campeones y en la Liga Europa, contribuyeron a alejar el recuerdo de la debacle de los «azzurri».
Sin embargo, la temporada de los clubes ya se ha cerrado desde hace más de dos semanas y a los aficionados al fútbol italianos solo les queda prepararse para seguir como simples espectadores la pelea por la Copa del Mundo.
Será una experiencia inédita para más de tres generaciones, ya que Italia siempre había participado a la fase final de un Mundial en las últimas catorce ediciones y no faltaba desde Suecia 1958, cuando se coronó el Brasil de Edson Arantes do Nascimento «Pelé».
Anteriormente, Italia solo había faltado en la primera edición de la Copa del Mundo, en Uruguay en 1930, cuando no acudió pese a estar invitada.
El fracaso deportivo vivido en 2017 contra Suecia ha manchado de forma indeleble la historia futbolística de Italia, la segunda selección más ganadora de la historia del Mundial con cuatro títulos, empatada con Alemania, a uno de distancia de Brasil (5), y los efectos son evidentes en todo el país.
Más allá del aspecto económico, con la Federación de Fútbol italiana (FIGC) que perderá decenas de millones de euros entre premios y patrocinadores, y deportivo, la ausencia de Italia en Rusia tuvo un fuerte impacto a nivel social.
De hecho, la participación de Italia en los grandes torneos para selecciones tiene el poder de unir a los italianos, que habitualmente suelen dividirse entre facciones, dependiendo de los clubes a los que alientan.
En el período de los Mundiales, los italianos tienen la costumbre de exhibir la bandera verde, blanca y roja en sus ventanas o de pegarlas en las barandillas de los balcones como apoyo a los «azzurri».
Además, varios barrios se visten de fiesta, con cintas y globos tricolores que se pegan por las calles.
Este año, el ambiente de expectación y entusiasmo ha dejado paso a los remordimientos por no haber llegado a la fase final de una competición para la que habrá que esperar al menos otros cuatro años para volver a ver el nombre de Italia en juego.
En este contexto, el nuevo seleccionador, Roberto Mancini, deberá sanar las heridas dejadas por la gestión de su predecesor, Gian Piero Ventura, e intentar abrir un nuevo ciclo para que esta debacle mundialista se quede como una amarga excepción en la historia deportiva del país.