Las casas afectadas por el desbordamiento del río Damas serán reubicadas para evitar que sigan expuestas al peligro. Ayer se realizó una gran minga de limpieza.

Las tragedias se unieron y las historias se juntaron en un lapso de 11 días entre el terremoto de las 18:58 del 16 de abril en Pedernales (Manabí) y el desbordamiento del río Damas en Alluriquín (Santo Domingo de los Tsáchilas) a la media noche del lunes. Ambos casos dejaron muertos, desaparecidos y albergados. Ahora, 412 personas o 412 historias de víctimas de la naturaleza confluyen en el Recinto Ferial de Santo Domingo de los Tsáchilas, uno de los albergues instalados tras el sismo de 7.8 grados de intensidad. Los pedernaleños empezaron a llegar a ese lugar, adecuado para acoger afectados, el mismo día del movimiento telúrico.

Hasta la noche del lunes pasado se contaban 402 albergados; de ellos, el 80% provino de Pedernales y el porcentaje restante de Jama, Canoa y Cojimíes. Todos ellos perdieron sus bienes con el sismo.

Sin embargo, después del desbordamiento del río Damas, a esa cifra de damnificados se sumaron -hasta la noche del martes pasado- 10 personas, quienes fueron evacuadas desde Alluriquín, pues la fuerza del agua amenazó sus vidas. Alejandro Chicaiza debe ser de las pocas personas que vivió las 2 catástrofes.

En Pedernales su casa quedó parcialmente destruida y tuvo que abandonarla. Primero se preocupó por sus sobrinos: María Fernanda, de 12 años; José Luis, de 11, y Carlos Luis, de 4, a quienes con el fin de ponerlos a buen recaudo tras el sismo, los envió la tarde del lunes a Ibarra, a casa de su hermana María Alexandra. Alejandro, en cambio, junto a su esposa Rosa María Bone, sus hijos Josué, Matías y Josuani, y su hermano Luis, se quedaron en el albergue, en donde reciben atención médica, sicológica y alimentación. Sin embargo, el río Damas tenía otros planes y el bus en el que viajaban sus familiares se quedó en un tramo de la vía Santo Domingo-Alóag, debido al desbordamiento y los deslaves. Entonces Alejandro, con desesperación, dejó el albergue y acudió al rescate de sus sobrinos.

“Me tocó ir a rescatarlos porque no había solución. Me di formas para evitar a la policía que cuidaba el lugar y llegué donde estaban ellos para traerlos de regreso”, contó, mientras caminaba a paso lento, pues el lodo le cubría los zapatos y le llegaba hasta las rodillas. Ahora está más tranquilo, pero no sabe lo que le deparará el futuro.

De lo que sí está seguro es de que cuando reconstruya su casa, lo hará con madera, material que con respecto a otros resistió al terremoto. Mientras los pequeños María Fernanda, José Luis y Carlos Luis no sabían lo que ocurría dentro del bus que se quedó varado en la carretera, Ángela Ayala recibió la llamada de un vecino que la alertó sobre la crecida del río Damas, en el kilómetro 79, donde viven. Un policía los sacó y los llevó con el resto de pasajeros para trasladarlos a Santo Domingo.

Llegaron al Recinto Ferial a las 04:00 del martes, pero no pudieron dormir; les preocupaba la situación de su casa que quedó llena de lodo. Su esposo Humberto Mera aún no recobra la calma. Luce alterado y solo espera volver pronto a su casa, para ver en qué estado quedó. “Estamos con vida, luego del susto. Ahora compartimos con gente que también la pasó mal en Manabí, que sufrió más que uno”, reflexionó.