El rayo de esperanza llegó desde Costa Rica. Clínicas móviles comenzaron a llegar este viernes a Peñas Blancas, en la frontera entre Nicaragua y Costa Rica, para auxiliar a unos 350 nicaragüenses que quedaron atrapados en una especie de limbo territorial cuando el régimen de Daniel Ortega les exigió una prueba negativa de COVID-19 como requisito para regresar a su país.
“Estamos estupefactos ante la actitud del gobierno de Nicaragua”, dice Pablo Cuevas, funcionario del organismo Comisión Permanente de Derechos Humanos (CPDH). “Exige una prueba, pero no da ninguna alternativa para que los compatriotas nuestros que van a regresar puedan realizársela”
En Costa Rica permanecen cerca de 400 mil nicaragüenses, que generalmente llegan en busca de trabajo. Con la pandemia del COVID-19, muchos perdieron sus trabajos y tratan de regresar a su país para sobrellevar la crisis con los suyos.
Desde el 18 de julio pasado, centenares de nicaragüenses comenzaron a concentrarse en la frontera norte de Costa Rica, para regresar a Nicaragua, en lo que debía ser un trámite expedito. Una vez que cruzaran la frontera de Costa Rica, bastaba enseñar su cédula de identidad para ingresar a su país.
Uno de los que llegó en esa oleada de migrantes es Wilfredo Cabrera, un chef de origen nicaragüense que tiene más de 15 años de residir y trabajar en Costa Rica.
Lo que vivió, dice, es de lo mas horrible que le ha tocado vivir. Casi 600 personas apretujadas es una pequeña lengua de tierra, con un solo y pestilente sanitario, durmiendo a la intemperie, sin agua y sin comida.
“Eso no es vida. En una semana comí dos veces”, dice. “Compré en 180 córdobas (poco más de cinco dólares) una comida que era plátano cocido, arroz quemado, frijoles que no sabían a nada, un pedazo de queso y otro de carne como frita. ¿Se imagina? ¡Yo que soy chef! El agua la compramos a 120 córdobas el galón (3.5 dólares). Se dormía a la intemperie. Las champas que se ven ahora fueron construidas con plásticos que regalaron los camioneros que pasan por la frontera. Para bañarnos llenaban unos cuatro barriles de agua, pero había 200 haciendo fila y a los primeros 50 ya no quedaba agua. Yo nunca me bañé”.
Cabrera fue uno de los que se puso a organizar el caos. Gestionar y repartir donaciones “para que a todos les tocara al menos una fruta”, representar al grupo ante las autoridades de ambos países y llevar registro de los migrantes.
En el momento de mayor presión, llegaron a contarse 596 nicaragüenses, entre los cuales 10 eran ancianos y cuatro mujeres embarazadas.
“Si usted ve que ahora el numero ha bajado”, dice, “es porque muchos, generalmente hombres jóvenes, se han decidido a ir a Nicaragua por puntos ciegos. La semana pasada yo vi como un grupo de 15 se fue para Nicaragua. Regresaron seis. Los atrapó el Ejército de Nicaragua. Venían todos golpeados”.
Fuente: Infobae – Nota Original : LINK