Trump: Mi anunció hoy marca el inicio de un nuevo enfoque en el conflicto entre israelíes y palestinos. He determinado que es tiempo, de reconocer oficialmente a Jerusalén como la capital de Israel…
De Jerusalén fueron expulsados los judíos y por eso sus lamentaciones y su muro. La posesión de esos santos lugares pelearon cristianos y musulmanes por siglos.
Ahora, EEUU se ha convertido en el primer país del mundo que reconoce a la ciudad de Jerusalén como capital del Estado de Israel, tras un anuncio del presidente, Donald Trump, en un movimiento que rompe con la política de la primera potencia mundial desde 1991, cuando George Bush lanzó en la Conferencia de Madrid un proceso de paz entre israelíes y palestinos con EEUU como mediador.
En 1995 el Congreso de EEUU instó al presidente a reconocer la capitalidad de Jerusalén y a trasladar allí la representación diplomática estadounidense. Los tres presidentes que ha habido desde entonces -Clinton, Bush hijo y Obama- hicieron caso omiso de esa declaración.
Pero la decisión de Trump tiene un enorme simbolismo. Jerusalén es la ciudad santa de las tres grandes religiones monoteístas del mundo -el Judaísmo, el Cristianismo, y el Islam- y ha sido objeto de disputa entre judíos y árabes durante la mayor parte del siglo XX y lo que llevamos del siglo XXI. Ha sido británica, ha estado partida entre Israel y Jordania, ha tenido barrios que nunca han sido adjudicados y, formalmente al menos, Naciones Unidas -y EEUU con ella- han defendido un estatus internacional. Desde 1967 Israel controla la totalidad de la ciudad, y ha puesto en marcha un proceso para ir expulsando de ella a las comunidades que no son judías. Para muchos musulmanes y árabes, la decisión es el abandono por parte de EEUU de cualquier pretensión de imparcialidad o, al menos, equidistancia, en el proceso de paz de Oriente Medio.
El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, elogió el anuncio de Trump y dijo que «la decisión refleja el compromiso del presidente con una verdad antigua pero duradera, con el cumplimiento de sus promesas y el avance de la paz».
Trump también anunció que ha dado instrucciones para que se traslade la embajada de EEUU a Jerusalén. Ningún país tiene embajada en esa ciudad, que fue declarada en 1980 por el estado judío como su «capital eterna e indivisible». Hamas, el grupo radical palestino, llamó este jueves a una nueva «Intifada» que comenzará, según su líder, este mismo viernes.
Las reacciones marcan una indignación total, sobre todo en los países árabes, también en naciones de la Unión Europea, en la ONU y en el Vaticano.
Por su parte, Mahmoud Abbas dijo que condena y rechaza el reconocimiento de Trump. El líder palestino dijo que «estos procedimientos también ayudan a las organizaciones extremistas a librar una guerra religiosa que dañaría a toda la región que atraviesa momentos críticos y los llevaría a guerras que nunca terminarán, de las que han advertido y en las que siempre se ha instado a luchar».
Sin embargo, ¿cuál es la principal razón de este anunció?
La razón fundamental del reconocimiento de Israel es de índole electoral. El apoyo absoluto y en cualquier circunstancia al estado hebreo es una de las principales demandas de los cristianos evangélicos, que ven en la existencia de Israel y en su extensión hasta las fronteras que tenía en el Antiguo Testamento el cumplimiento de una profecía bíblica que anticipa la llegada del reino de Dios en la Tierra.
Puede resultar curioso en una sociedad secular -como la europea- pero entre una cuarta parte y un tercio de las personas que votan en EEUU son evangélicos. Entre ellos, la persona que estaba tras Trump cuando hizo el anuncio: el vicepresidente Mike Pence. Así que Trump se ha vuelto a asegurar el apoyo de ese grupo, cuya colaboración necesita para seguir gobernando.
El reconocimiento de la capitalidad de Jerusalén no es más que el segundo favor que el presidente estadounidense hace a la comunidad evangélica, después de que el sábado pasado por la mañana el Senado aprobara un proyecto de reforma fiscal que, entre otras cosas, permite que las iglesias apoyen de forma explícita a candidatos políticos y, al mismo tiempo, sigan libres de impuestos.